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De tu querida presencia

por Denís Iglesias 9 diciembre, 2017
Manu Carranza
Tiempo de lectura: 6 minutos

Cuando a un aficionado del CD Lugo le embarga la tristeza revisa la tanda de penaltis del ascenso en el Carranza. Se ajusta los cascos y cierra los ojos para que la voz de Alfonso Pardo se cuele hasta el intestino grueso. Son apenas ocho minutos que consiguen trasladar al escuchante a la felicidad más plena. Aunque conoce el final sufre con los errores. Piensa que todo está acabado tras los fallos de Berodia y Belforti y salta de su asiento con el tanto de Manu.

Las vértebras se resienten al ver vibrar el balón en el fondo de la red. La columna vertebral se retuerce con el lanzamiento decidido del capitán inalterable. Y entonces todo vuelve a estar ordenado. El ser humano de sangre rojiblanca sabe que si eso ha sido posible, cualquier camino, por retorcido que sea, puede enderezarse. Once metros permitieron poner a esta ciudad en el mapa de la geografía más representativa que existe, la del fútbol. Todo gracias a Manu. Hay partidos anteriores, contextos a tener en cuenta, contribuciones de todo tipo, pero si esa pelota no llegara a tumbar el templo terrorífico que era el Carranza por su propio peso el relato se haría en una línea: el Lugo volvió a quedar a las puertas de la gloria.

A día de hoy uno es incapaz de creerse que en el 11 del Lugo no está el 11. Durante una década Manu defendió una camiseta rojiblanca que han puesto y quitado decenas de jugadores en los últimos años. La lógica imperante del fútbol obliga a no acostumbrarse demasiado al presente. Los jugadores han de ser camaleónicos y jurar bandera cada año. Da igual que sea en la India o en Guadalajara. Manu preservó, hasta que le dejaron, las viejas costumbres de los one-club men, hombres que se han apretado las costuras para evitar que el mercado los zarandee de un lugar a otro. Mitos de otro tiempo que sólo vestían la zamarra del club que había confiado en ellos desde que eran unos mecos.

Manu no necesitó ser un ‘crack’ para ser inolvidable, fue un adalid de la mesura

Manu llegó a Lugo en 2007 siendo un crío que empezó a crecer en el vestuario que también poblaban el Chino Losada, Rubén Durán o Aira, y se fue la campaña pasada siendo un viejo lobo. Para alcanzar este último estado el lateral nunca tuvo que alzar la voz. Siempre que algún redactor de Lugoslavia coincide con alguien que haya compartido vestuario con él le pregunta: ¿Cómo era Manu de capitán? Nunca hay dudas en la respuesta. Todo el que ha trabajado con él le describe como un adalid de la normalidad, de la mesura y de la humildad. Un perfil que vende poco o nada en un deporte que necesita extremos. No nos referimos a los que recorren la banda, sino a personalidades variopintas, prefiguradas con el vómito de ego que envuelve a los cracks del fútbol profesional. Un término cuñado que Manu despejaba en cada partido.

La historia reciente del CD Lugo en una imagen | Foto: Fútbol de Lugo.

La historia reciente del CD Lugo en una imagen | Foto: Fútbol de Lugo.

Aquel penalti no se iba a fallar

Esa normalidad para vivir el día a día no provocó el descontrol del vestuario. Todo lo contrario. Él fue el 112 de muchos cuando llegaron y se preocupó por mantener el orden con una simple mirada. Por eso sus compañeros sabían que Manu iba a marcar aquel penalti aquel 24 de junio de 2012. Vuelve al vídeo del principio, el de la tanda de la dopamina en el Carranza. Quítale el sonido en el minuto 7:00. Verás a un hombre en manga corta que se encamina al punto de penalti como quien avanza en la cola de la carnicería, cuando en realidad se dirige a ella. Le da un par de vueltas a la pelota como quien practica un tiro en un entrenamiento. Aulestia se queda mudo y sólo es capaz de relamerse para incitar con la lengua al Espíritu Santo o a cualquier fuerza externa que sea capaz de deshacer la hipnosis del espíritu del guerrero que invade a Manu.

Cuando Manu le pega desde los once metros en el Carranza ya está corriendo hacia la historia

Paso. Pasito. Paso. Pasito. Una carrera minúscula y el balón a la izquierda de Dios. Cuando Manu le pega ya está corriendo hacia el lado contrario para reunirse con la historia. Lo hace con una carrera que termina con un vuelo hacia el Olimpo del CD Lugo, hasta entonces una casa bien barrida pero con fondos insuficientes para convertirse en duplex. Esto es una descripción muy burda de un momento que necesitaría un código propio para plasmarse en una pantalla. Posiblemente estaría compuesto por lágrimas, gritos y un respiro tan fuerte que disiparía la niebla del Fiouco.

Nadie dudaba sobre que Manu marcaría el tanto del Carranza, como nadie dudó que cumpliría al año siguiente en Segunda. Fue uno de los pocos que superó el doloroso filtro que Quique Setién tuvo que establecer sobre los Héroes del Carranza. No le entró la fiebre con el salto y fue prácticamente indiscutible durante cuatro temporadas. Claro que sus espaldas empezaron a notar el peso de los partidos. De igual modo que las piernas de Pita no son tan ágiles como las del kaiser que repartía juego como el croupier de una partida clandestina de póker. Esto no ensombrece el aporte de dos jugadores que han servido a este club como una prioridad, cuando la mayoría lo han usado de trampolín o de escaparate para que las doncellas de arriba les ofrecieran su mano.

A día de hoy es difícil pensar que esta imagen no se repetirá. | Foto: Marca.

A día de hoy es difícil pensar que esta imagen no se repetirá. | Foto: Marca.

El espíritu de la transición

Manu supo agarrar el timón del barco rojiblanco con el cambio de directiva en la Sociedad Anónima Deportiva, que provocó un escenario de tierra quemada. Fue el espíritu de transición del CD Lugo. Elaboró la Constitución de un vestuario cambiante en el que fueron bien acogidos nuevos entrenadores y directores deportivos, aunque nadie llegara a entender tanto cambio. El eterno capitán, a pesar de la desbandada, supo hacer la concesiones suficientes para mantener el orden. Así como Carrillo aceptó la rojigualda, Manu fue asumiendo paulatinamente su pérdida de protagonismo. El año pasado, dos mirlos como Kravets y Leuko le adelantaron por la derecha. Pero murió como vivió, con la dignidad de mantener unido al grupo.

Adiós. La palabra se escribió al final de la pasada temporada del modo más grosero posible. Con un portazo en las narices. Manu tuvo que hacer las maletas sin dilación. Como si a Paulo Fabio Máximo le hubieran mandado dado un empujón nada más fundar Lugo. Y hasta por desgracia se asume en el mercantilismo que persigue a este deporte. Porque total, el trabajo ya estaba hecho y esto es un negocio que requiere renovación. La ciudad en la que creció su hijo y él mismo se cubrió de un manto de ceniza. El fuego de tantas tardes maravillosas se apagó con un camión cisterna. Manu dejó la ciudad como un exiliado. El club prometió un partido homenaje en verano tras la presión de gran parte de la afición, que todavía sigue esperando este evento. 

El mantel para una despedida dulcificada, aunque no fuera sincera, se sirvió en verano. El Lugo y la Cultural, el nuevo equipo de Manu, se midieron en Monforte. Algunos ilusos pensaron que la cita podría ser la excusa perfecta para que Manu pudiera despedirse más allá de un comunicado duro, en el que se expresó sin ambigüedades pero con respeto. La entidad rojiblanca intentará maquillar el error este domingo, seguramente con un vídeo conmemorativo. Será tarde para ellos, pero nunca para una afición que siempre estará dispuesta a entregar cariño a uno de los grandes referentes de su historia.

Puede que Manu no juegue este domingo porque ha pasado a ser un gregario en un equipo nuevo y también ajeno. Pero aunque estuviera en la grada, su querida presencia eclipsará todo lo demás. Nunca hubo un comandante tan silencioso y tan querido en esta ciudad, encajonada durante décadas en una segunda fila que los Héroes del Carranza deshicieron para establecer un amor revolucionario único. Todavía nadie ha conseguido hacernos sentir lo que Manu con aquella carrera lenta hacia la gloria en Cádiz. Para él Volver es un tango, porque nunca se ha ido ni se irá de Lugo ni de nuestra memoria. 

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