El dolor es inherente al cambio. Nos puede gustar más o menos, podemos entenderlo y aceptarlo de un modo mayor o menor… pero la realidad es esa. Cambiar siempre duele. Siempre.
Porque cambiar nos obliga a afrontar la incertidumbre del qué pasará. Obliga a un cerebro que prefiere la permanencia, estabilidad y seguridad a girar y a avanzar… a veces hacia lugares que no gustan. Cambiar nos obliga tragar con situaciones y escenarios que, en ocasiones, no queremos. Cambiar nos obliga a asumir despedidas y a aceptar pérdidas. Cambiar nos obliga a cambiar. Y cambiar siempre duele.
No me está resultando sencillo escribir sobre esta despedida. Ayer pensé que lo tenía, pero la realidad es que está siendo una semana complicada: con mucho agarrotamiento, con muchos nudos en la garganta, con muchas lágrimas y tengo tal revoltijo mental que soy incapaz de ordenarlo.
Y llegué al final del vídeo y escuché con esa voz y acento tan característicos: «Que no dejen de “sayar”». Y lloré otra vez.
Para tratar de arrancar, esta mañana he puesto el vídeo de despedida que los capitanes que subió el Lugo a YouTube y lloré. Y, emocionado, escribí algún que otro Whatsapp. Y llegué al final del vídeo y escuché con esa voz y acento tan característicos: «Que no dejen de “sayar”». Y lloré otra vez. Y se me vino la canción «Unbreakable» de BUNT a la cabeza. Me removió otro poco y… «ya lo tengo». Pero no.
Sí, la voz de Iri es particular y característica. Ahí está Iriome. Pronuncia las eses de un modo tan propio, natural y agradable como lo es él. Es Iriome. Como su ese. Es la ese de Iriome.
El otro día se vistió con una sudadera blanca…
…y una sonrisa agridulce. Es normal, ocho años en un lugar donde te quieren, te respetan y te hacen sentir como en casa no son ocho meses. ¡Y el clima no es el de las islas! El dolor es inherente al cambio. También para él.
«Mi hijo pequeño nació aquí», dice cantarín y subiendo el tono en la última sílaba al tiempo que te mira con sus ojos negros, aprieta los labios mientras sonríe y arruga la frente. «Y el mayor vino con 6 meses», reflexiona a continuación. Vuelve a apretar los labios y se encoge de hombros sin decir nada… Sí, las despedidas son agridulces.
Pero, al mismo tiempo, si son agridulces es porque algo bueno se hizo, porque algo bueno se dejó, porque algo bueno se construyó. Ayer hablaba con otro gran tipo por teléfono: «Pita y Seo, tío… entiendo que los queráis porque ellos dos son el Lugo y además son de ahí, pero Iri… Buf, Iri tiene algo, tío… Es espectacular, es la persona más buena que conozco».
«Pero Iri… Buf, Iri tiene algo, tío… Es espectacular, es la persona más buena que conozco».
Es que Iriome es el que siempre está. Es el perfecto hermano pequeño de vestuario, que sabe que tiene el papelón de seguir la estela del 5 y del 8 y seguir el ritmo que marcan dos de las leyendas más importantes de los últimos tiempos del Club Deportivo Lugo y lo hace de un modo tan descaradamente natural y tan descaradamente preciso que abruma a todo el mundo.
Y mantener el tipo no es fácil, pero ver fluir a Iriome de ese modo… es mágico y reconfortante. Iriome es el que acompaña, el que apoya, el que hace sentir como en casa y que abre la puerta con una sonrisa.
Iriome es pegamento: Integra, une, sonríe. Iriome es alma. Iriome entendió perfectamente y desde el primer momento qué es Lugo. Iriome es honestidad y pureza. Es un tipo descaradamente puro, joder. Iriome es el triunfo de la sencillez. Por eso conecta de ese modo con la gente. Por eso conecta de ese modo conmigo.
¿De fútbol?
De fútbol no entiendo. Esto va de personas, de sentimientos, de uniones y de relaciones. De apoyos, de risas, de lágrimas y de promesas. De amistad, de miradas y de sonrisas.
Y de orgullo, de mucho mucho orgullo. De tanto orgullo que hace que tengas que tragar saliva y carraspear para aliviar el nudo de la garganta con los ojos llenos de agua.
Esto va de letras que son incapaces de mostrar y poner en valor todo cuanto un tipo como Iriome hizo por nosotros, por el Club Deportivo Lugo. Y no seré capaz jamás de hacerlo, su legado es mucho mayor que todo esto, pero lo voy a intentar. Con todas mis fuerzas. Lo prometo.
Esto va de goles con señales al cielo, de olores a goma quemada y a embrague maltratado. Esto va de jadeos con cada pedalada y de gotas de sudor recorriendo la espalda. Va de sprints, de pinchazos sobre pinchazos en la misma pierna, de frustración, de trabajo y de superación.
Va de un paseo por la Fonte dos Ranchos con los niños de la mano, de una visita al taller del barrio, de un café con los amigos: risas, complicidad, alegría y preocupaciones. De tropezones en la calle y saludos y… de esa buena sensación que se te queda cuando te cruzas con alguien genial inesperadamente y vuelves a pensar en él.
Sí, el legado es lo que nos reconforta después de momentos de dolor, de cambio. Es lo que queda, el legado es la herencia que nos deja el cambio. Es como un cachorrito recién llegado a casa: extremadamente bonito, pero cargado de responsabilidades. Y el legado del 24 es exactamente así: espectacular, pero de grandes compromisos. Y debemos de estar a la altura.
«Es una ciudad que voy a recordar por el resto de mis días». La ciudad también te va a recordad a ti, Iri. Por el resto de sus días.
Y tranqui, no dejaremos nunca de «sayar», nos lo pediste tú.
Gracias por todo.
Lee más sobre la despedida de los capitanes:
- El último baile de Pita, Seoane e Iriome, por David Boyero.
- Don Fernando Seoane Antelo, el hombre de ese momento y ese lugar, por Dani Baniela.
- Pita sí, mercenarios no: «Pero sigo siendo el rey», por Jesús Blanco.