La primera vez no se olvida. Pero esto sucede muchos años después. El día que te bautizas viendo al que será el equipo de tu vida se convierte en especial con el paso del tiempo. Para Mateo López, el 9 de febrero de 2013 prendió la mecha de un sentimiento que ha sumado pólvora durante todos estos años. Presenció un CD Lugo – Real Sporting en el Anxo Carro con el mejor maestro que uno puede tener en la vida: su abuelo. Aquel encuentro lo perdió el conjunto albivermello por 1-3.
Mateo tenía apenas ocho años y desde entonces no ha dejado de seguir al club lucense. Desde la distancia, la mayoría de las temporadas, y este curso, al fin, en directo desde el feudo a las orillas del Miño que aquella primera tardes sucumbió frente a los goles de Miguel Ángel Guerrero y Óscar Trejo. El CD Lugo de Quique Setién jugó casi una hora con un hombre menos por la expulsión de Seoane. El gol local fue obra del enrachado Óscar Díaz, que terminaría la campaña, la del regreso a Segunda, con 15 goles.
“Mi abuelo me llevó al estadio para ver aquel CD Lugo – Real Sporting de Gijón. Teníamos gente sportinguista junto a nosotros. Me regalaron una bufanda de la Peña Miluca. Todavía la tengo en casa. Aquel fue un amor a primera vista. Perdimos, cierto, pero descubrí ese día lo que era el CD Lugo. Sus colores generaron en mí un sentimiento incorruptible”, cuenta a LUGOSLAVIA Mateo López, un joven seguidor albivermello de 16 años que gestiona la cuenta Zona Albivermella en Instagram y escribe sobre la actualidad del club en la web Muy De Fútbol.
“Nunca he visto al equipo en Segunda División B”
Mateo recuerda varias veces una condición que sirve para dar cuenta del momento histórico que vive el CD Lugo: “Nunca he visto al equipo en Segunda División B”. La afirmación tiene una dimensión inmensa. Un niño italiano no verá a su selección en un Mundial al menos hasta 2026 después del batacazo histórico ante Macedonia. Justo en la edad de crecimiento, cuando se generan muchos de los recuerdos que después acaban marcando tu biografía, el ragazzo habrá pensado que en su país lo más normal es no estar en la gran cita que han ganado hasta en cuatro ocasiones.
Y no hace falta irse a Palermo. En A Coruña, hay varias generaciones que están creciendo con un balón debajo del brazo con el recuerdo de las gestas europeas y del Deportivo triunfando Primera que conocen gracias a sus mayores. Tienen que aplicar la fe para suponer que cada domingo acuden a un escenario en el que se gestaron noches históricas, temido por media Liga, hoy conquistable por cualquier equipo de Primera RFEF. Los niños de Lugo, después de una década de fútbol profesional sin interrupción, han normalizado vestir la albivermella para ir al colegio, jugar en la calle -aunque esto cada vez pase menos- o para elegirlo en el FIFA.
Mateo es uno de ellos. En realidad, Mateo es mucho más, porque su identidad albivermella parte de un proceso de construcción personal único como pocos. Es fácil asimilar ser del equipo de tu ciudad si tienes el estadio cerca de casa y ves como la rutina de algunos conocidos cambia el fin de semana por el partido de fútbol del equipo local. No obstante, debes coincidir territorialmente con alguno de esos 2.000 que no fallan nunca en el Anxo Carro. Aunque los estímulos pueden llegarte por la camiseta enmarcada en algún local o por la pegatina en la parte trasera de un coche.


Mateo tuvo que hacer un proceso similar al de un creyente. Su abuelo, el mejor maestro que uno puede tener, le bautizó con el agua bendita del Miño. Quiso la casualidad que ambos protagonizaran la imagen de cabecera de un artículo de LUGOSLAVIA en el que, precisamente, tratábamos la cuestión del credo verdadero en el fútbol. Seamos sinceros, uno abraza la fe de un equipo por alguien que lo evangeliza o por una iluminación. No es algo que se pueda escoger tan fácilmente y mucho menos de lo que se pueda renegar. El voto sí se puede manipular, cambiar de campo es algo que te condena a la abstracción.
Tras recibir el bautismo, Mateo siguió creyendo. No era tan fácil como uno podía esperar, porque sus circunstancias requerían cultivar la doctrina. “Viví en distintos lugares de España por el trabajo de mis padres. Nací en Lugo y toda mi familia es de aquí, pero me tuve que ir. Todos los veranos los pasaba en la ciudad amurallada. Así como las Navidades y el resto de vacaciones”, cuenta el joven seguidor albivermello. Volver a la patria prometida contribuye siempre a alimentar el alma, aunque la distancia puede generar cortocircuitos. Sin embargo, él nunca desistió. Sus ídolos iban de rojo y blanco y agosto era la fecha más propicia para visitarlos.
“Valoro muchísimo poder ir al Anxo Carro”
Así, a finales del principio estival, con el inicio de Liga, Mateo iba siempre al Anxo Carro. “Deseaba que llegaran esas fechas para poder ir a nuestro tempo. La ilusión que me hacía no la puedo expresar con palabras. Por eso ahora valoro tantísimo poder ser socio e ir a la mayoría de encuentros”, confiesa uno de los que esta temporada conforman la masa activista del CD Lugo. Sus padres volvieron a Lugo y él pudo, al fin, seguir con la regularidad física que exige un verdadero aficionado a este deporte, que en directo desprende una atmósfera totalmente diferente.
De ahí que sea inexplicable que la mayoría de lucenses contemplen desde la indiferencia que el club de su ciudad milite en el fútbol profesional, donde hace fatal un aval histórico o un proyecto de larga solvencia. Ni una ni la otra aparecen en el patrimonio del club. Sin embargo, el destino aplica la condescendencia con Mateo y sus iguales. Si elaboráramos un retrato individual de cada uno de los casos del Anxo Carro descubriríamos que somos la mejor afición del mundo. De eso no tengo duda, porque llevo años conociendo casos particulares de una filiación desmedida que me han llevado mantenerme unido a un club que muchas he sentido como ajeno. Su gente ha conseguido recomponer el cordón umbilical para seguir invirtiendo horas en contar todas sus historias. Por ellos, merece siempre la pena.
“Por eso ahora valor tantísimo ser socio y poder ir a la mayoría de partidos”, insiste Mateo desde su nueva condición. Si su bautismo fue en aquel partido frente al Sporting, su comunión fue el rastreo semanal de los partidos del CD Lugo desde Zaragoza, donde vivía por circunstancias familiares. “¡Me preguntaban continuamente si era del Atlético! Siempre les chocaba”, explica acerca de su continua atracción por el club en un entorno que, sin ser hostil, no era cómodo, más si cabe cuando el conjunto maño, uno de los históricos de la categoría, lleva años en una lucha de objetivos similar a la de la entidad amurallada. En esta ruta ferroviaria, llena de paradas y explicaciones, Mateo siempre ha contado con el apoyo de los suyos, que han viajado en el asiento de delante para llevarlo a todos los campos.


“A mis padres siempre les ha parecido bien, y así siguen pensando, que sea del CD Lugo. De hecho, me llevaban a los partidos cuando el CD Lugo jugaba cerca. Bien sea en la propia Zaragoza, pero también en Soria, donde viví el famoso 6-6 contra el Numancia del apagón”, explica el componente de una generación que, fruto de la globalidad y de la falta de transmisión de sentimientos por parte de las anteriores, se ha vuelto del Borrusia de Dortmund, o lo que es peor, ha reconducido su sentimiento futbolístico a ser interventor de futbolistas, a los que defienden individualmente, sin tener en cuenta el club o la categoría.
Mateo es diferente y lo demuestra con los ejemplos que da cuando se le pide que cite a su jugador favorito:
“A nivel sentimental, mi futbolista favorito del CD Lugo era Manu. Ahora lo es Julen, le tengo un cariño especial. Si tengo que escoger por juego, me encanta Xavi Torres”.
Difícil hacer una declaración de intenciones más ajustada. Manu, el Eterno Capitán, el símbolo mágico del ascenso en el Carranza. Julen, la esperanza por ver a un jugador de Lugo y del CD Lugo defendiendo lo más sagrado del campo como es la portería. Y Xavi Torres, la configuración perfecta del futbolista albivermello, que busca un refugio tranquilo tras algún incidente puntual.
Albés y la construcción de la nueva identidad
La selección evidencia que Mateo conoce las dimensiones del club. Sabe cuáles son sus debilidades, pero sobre todo sus fortalezas, que son las que prefiere trabajar. Así, lo que empezó como una invitación del abuelo terminó con el ejercicio de una disciplina en la que él ha sido el mayor inductor de la pertenencia lucense en su propio seno. “Mi abuelo no es un forofo de fútbol, pero aquel día decidió llevarme. Desde entonces, siempre planeábamos para ir al campo en algún puente o festivo. Siempre, sin excepción, me llevaba al Lugo. Mi relación con él siempre fue especial. Ahora puedo disfrutar más si cabe de él”, reflexiona el joven seguidor, que ha conseguido, según confiesa, que su propio abuela “sea más aficionado que en 2013, ahora ve todos los partidos por la televisión”.
Seguramente, el trabajo y la humildad podrían ser dos valores asociados a la cultura de la afición del CD Lugo. El tercero, el centrifugado. La hinchada lucense tiene la capacidad para hacer de su experiencia en el campo un todo que atrapa. Se planta en cualquier estadio y vive al máximo un empate en el Belmonte. Recuerda lo que comió antes de una visita del Sabadell y piensa lo bien que le sentó celebrar aquel gol con su compañero de grada. No se viene abajo por la asistencia y no da consejos sobre cómo hay que vivir este club, pero no intentes llevarle demasiado la contraria, porque la resistencia que aplica cada día por ser de un equipo minorizado no le deja demasiado margen de maniobra para reconocer los comentarios que no están en consonancia con su pensamiento.
De ahí que Rubén Albés sea el mejor líder que ha tenido el CD Lugo nunca. Porque más allá de implementar un estilo reconocible y hacer competir al club en cualquier contexto, ha aplicado un discurso ganador. “Hay que hinchar el pecho”, dirige al público cada vez que tiene la oportunidad. Siente que, más allá de su legado en el campo, es su deber construir una identidad efectiva para que de una vez por todas nadie se atreva a dudar de lo meritorio que es vivir la actualidad del actualmente segundo equipo de Galicia y la chalana que va con orgullo en medio de transatlánticos, algunos más deprimidos que otros.
“Me parece brutal que llevemos tantísimos años en Segunda. La verdad, valoro un montón que aún no haya visto al equipo en Segunda B. ¡Cómo se agradece poder llevar esta temporada más estable que las últimas! Albés es el más indicado para llevar al equipo. Es muy regular y con él es casi imposible perder”, sentencia Mateo, en la Confirmación de su sentimiento albivermello, que no necesita el paso del matrimonio. Eso es para los que tienen miedo al divorcio.
Ser del CD Lugo es un pacto tácito, dejarse llevar por los recuerdos de tu abuelo llevándote al campo por primera vez. Significa pedir el canal para que pongan el partido de tu club en una ciudad ajena. Es contar, con mimo, el día a día de los protagonistas futbolísticos que hacen de este deporte una experiencia más humana y menos mercantil. Ser del CD Lugo es vivirlo como Mateo, quien, por lo asimilado, será capaz de soportar el descenso del club, porque son aficionados como él los que mantendrán al club siempre lo más alto.