Corría el minuto cincuenta y pico del Lugo – Granada. Balón al aire, salta un jugador de cada equipo, chocan y ambos caen al suelo. El árbitro pita falta a favor de los nazaríes. Yo no sé lo que ha pasado. No tengo ni idea de si ha sido falta o no. Aun así, me uno al estrépito del graderío y grito, enardecido: «¡árbitro, subnormal!».
Yo no soy así —quiero pensar—, pero es que el fútbol nos vuelve gilipollas. Insisto, el fútbol nos vuelve tremendamente gilipollas. Saca nuestro lado más irracional, visceral y repulsivo. Hay quien se vuelve imbécil con el transcurso del partido, quien se transforma al cruzar el umbral de la puerta del estadio y quien ya es imbécil antes de salir de casa. Creo que yo soy de los primeros: al principio veo el partido en silencio, pero con el paso paulatino de los minutos la atmósfera me envuelve y me embriaga con su elixir. Y en algún momento, el vaso se colma y se derrama. A mí me pasó en el minuto cincuenta y pico.
Por aquel entonces, el Lugo iba perdiendo 0-1 por culpa de un gol de falta de Vadillo. Partido cerrado, como se podía prever, con mucha intensidad pero poco fútbol por parte de ambos conjuntos. Igualdad, pocas ocasiones y dos equipos que priorizaban no dejar espacios por temor a recibir un revés.
En el minuto cincuenta y pico ya se veía venir lo que acabaría sucediendo. El Lugo, tímidamente, intentaba buscar el empate, pero le costaba generar peligro. El partido se embarraba cada vez más, una situación que generalmente resulta más ventajosa para el equipo que va por delante. El Granada supo manejarse en esa tesitura, el Lugo no. Un poco después, Puertas golpeó a Miguel Vieira en la espalda sin balón de por medio, el portugués se giró y Díaz de Mera decidió mostrarle amarilla a los dos. Si los insultos fuesen balas, habría muerto acribillado en el acto.
Ya habíamos traspasado el punto de no retorno. Cada decisión arbitral desfavorable para el Lugo venía acompañada de improperios y exabruptos. Luego llegó la acción del penalti de Josete sobre Rodri. «¡Pero si no le toca, no me jodas!», exclamé. Por la noche vi la repetición y en realidad sí le toca, pero qué más da.
Adrián Ramos anotó el 0-2 y nos trajo el invierno de vuelta. Acto seguido respondió Cristian Herrera con el 1-2 y apenas un minuto después el canario tuvo el empate en las botas, pero no consiguió darle dirección hacia portería. El resto del encuentro transcurrió dramáticamente, con un Granada ordenado y un Lugo inocuo. Y al final, derrota. Monteagudo naufragó en la dirección: quitó a los dos delanteros titulares e introdujo a los dos del banquillo, sin realizar ningún cambio táctico ni tomar ninguna decisión que dotase al equipo de mayor vocación ofensiva.
Me pregunto si Tino Saqués decidió destituir al ya ex entrenador del Lugo en el minuto cincuenta y pico, en el ochenta y tantos o después de que el árbitro señalase el final. Me pregunto si fue una decisión irracional o reflexionada. En cualquier caso, nos cogió a todos por sorpresa. Hace más de un mes, cuando el equipo parecía estar muerto, el presidente decidió darle continuidad al de Valdeganga, por lo que sorprende que lo haya destituido ahora, cuando el juego y las sensaciones habían mejorado. No obstante, las cifras de Monteagudo al frente del Lugo son nefastas: empeoró los números de Javi López y se marcha dejando al equipo en descenso.
Llega Eloy Jiménez para dirigir a los lucenses en este tramo final de campaña. La situación es muy delicada y el calendario no es sencillo, pero la permanencia está a solo dos puntos y quedan siete partidos por delante. Esperemos que el fútbol nos siga volviendo gilipollas, y a poder ser, que sea en Segunda División.