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La patria de los pobres

por David Boyero 24 marzo, 2017
Tiempo de lectura: 5 minutos

Después de seis meses de peregrinaje por Europa, de amanecer cada día al lado de un campo de criquet donde tuvo lugar el primer partido oficial de fútbol de la historia*, volvía a mi templo. Atrás quedaban los partidos descafeinados y solitarios en internet, las emisiones discontinuas en Radio Galega o la miseria de vivirlo en el trabajo; sin smartphone, perdido en el frenético ritmo de una cocina que no permite vivir esos 90 minutos de acto sacral. Pensando en cómo estaría jugando mi Lugo, cantando en silencio las canciones de Siareiros, sintiendo que no estaba en el lugar donde debía estar.

Volvía la sensación de los domingos de misa y fútbol, en donde la comida familiar se adelanta para que no interfiera con la previa, pues un partido sin previa es eliminar el encuentro festivo entre individuos que representa el fútbol como fenómeno social. Otra vez la bajada a orillas del Miño dirección A Calzada, con los nervios de quien lleva demasiado tiempo sin pasarse por allí. Otra vez el encuentro con la Sección Lololo, entre digestivos y medias de Estrella Galicia, entre anécdotas y risas. Otra vez el poder del fútbol, que surge de las redes que teje y de las relaciones entre personas que se crean a partir de la pelota, abriendo espacios de convivencia donde las diferencias individuales (que las hay) convergen en cierta unidad anárquica, formada en base a un aglutinamiento des-ordenado, pero que ostenta un gran poder capaz de representar a toda una multitud bajo un escudo y unos valores.

El partido ante el Almería empezó de la peor de las maneras

El camino al Anxo Carro, atravesando barrizales en un lluvioso día de marzo, se hizo corto y ameno entre la adrenalina de volver al Fondo Norte y la serenidad de los último tragos de licor café. Llegar a la puerta como una ánima mas, mostrar el carnet de socio (facilitado por la Sección que siempre guarda y protege a sus camaradas), pasar el rutinario control de seguridad, bajar las escaleras hasta la zona de la portería y… 0-1 en el marcador. Minuto 1 de partido y ya íbamos perdiendo ante el Almería. Está claro que regresar nunca es fácil.

Y los pitos al enemigo común…

El bajón inicial pronto desaparece ante la cantidad de estímulos que habitan las gradas de un estadio; los amigos y el ambiente me devuelven a la realidad, pues lo deportivo, aunque influyente, sólo es una excusa en el fondo. Vuelven los sonidos del fútbol, los aplausos y los enfados; vuelvo a cantar a viva voz los himnos litúrgicos que dan poder a 22 jugadores, 3 árbitros y un trozo de cuero hinchado durante casi 2 horas; vuelvo a tener a escasos metros de distancia a José Juan y su dorsal número 1. Aquel que reniegue de lo religioso sin duda no ha vivido nunca un partido de fútbol. Antes de lo esperado (o al menos de los esperado por mi) llega el descanso, perdiendo en casa, pero con la eterna esperanza de la remontada.

Además, la segunda parte atacamos hacia el Fondo Norte, y eso aumenta las posibilidades de darle la vuelta al resultado. Con el pitido del árbitro vuelven los cánticos alentadores de más de 3000 personas creyendo en una jugada, una ocasión, un gol. Yo también lo creo, incluso lo siento…pero en el minuto 5 de la segunda parte te meten otro gol. Otra vez. 0-2 en el marcador y la esperanza de la remontada se transforma casi en una esperanza de la épica. Vuelven los nervios impacientes, los cánticos vehementes, los insultos al portero visitante y los pitos al enemigo común; el árbitro, maldito y bastardo árbitro.

 

El gol como acontecimiento redentor de todo creyente

El juego del equipo y un rival encerrado que va ganando sin saber muy bien cómo es posible dificultan las opciones de gol. Sin embargo el gol, dichoso de él, tarde o temprano llega; minuto 63, centro colgado desde la banda, pelota suelta en el área y Caballero mete su larguísima pata pare meterla en las redes. Vuelve la explosión de alegría, los abrazos con todo el mundo, los empujones descontrolados que a nadie incomodan. El gol como acontecimiento redentor de todo creyente. La remontada ya no parece posible, sino probable, y yo la estoy viviendo en mi vuelta al templo tras una larga ausencia, como si se tratase de un sueño.

Óliver de la Fuente Ramos, el ‘Mozart’ del arbitraje…

Obligaciones forzadas

Pero lo posible no siempre sucede. Pasan los minutos entre cánticos y silencios nerviosos, las ocasiones no llegan, y cuando llegan no se materializan. Centro desde la banda, Joselu sólo con todo a favor se tira como un toro en plancha a por pelota y…se va fuera. Estaba claro que no era el día. El árbitro y su silbato acusativo señalan el final del partido, se termina la función y una multitud de capa caída abandona el estadio cabizbaja y pensando ya en la nueva semana que comienza para cada uno de ellos. En el horizonte asoman jornadas de trabajo periódicas, obligaciones forzadas (y no tan forzadas) y escasas sesiones de ocio organizado. Vuelta a la rutina con la vista y las esperanzas puestas en el próximo partido en casa.

Ante el Mirandés, el Lugo volvió sonreír al fin. JJ lo hizo desde el banquillo.

Y el pasado fin de semana volvió el fútbol al Anxo Carro en un sábado dionisiaco para celebrar la vida y rendirle un homenaje al fútbol excusándose en el reencuentro de la victoria. Y yo volvía a estar a más de 2000 km del sitio donde debería estar durante ese día. Karl Marx aseguró, con todo el rigor y exactitud que solían tener sus aseveraciones, que los pobres no tenían patria. Pero quizás a partir del siglo XX los pobres del mundo, o al menos los europeos y los sudamericanos, encontramos algo parecido a una patria en el fútbol. No una patria grande y eterna, sino una multiplicidad de patrias que encuentran en el fútbol un punto común de afirmación de la vida.

* Estadio Hamilton Crescent, ubicado en el barrio de Partick, Glasgow (Escocia)

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