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El anticlásico

por Denís Iglesias 7 diciembre, 2016
Tiempo de lectura: 4 minutos

Algunos odiamos las cenas de empresa, los amigos invisibles y, últimamente, el partido que han dado en llamar Clásico, término añejo donde los haya. Todas las contradicciones vienen dadas por su naturaleza de compromiso social. Rechazamos frontalmente que un partido entre el FC Barcelona y el Real Madrid tenga que ser aburrido. Se presupone que en estos dos equipos juegan algunos los mejores jugadores del mundo, pero su repetición hasta la saciedad, la saturación mediática y el corifeo de ultras entendidos y ocasionales que acuden a estos partidos nos produce congoja. 

Para los tres casos planteados se ofrece una guía de sanos comportamientos de supervivencia. En la cena, no hables con el jefe, no bebas en exceso y sé un quedabien. En los obsequios, ve a lo seguro, algo de comer, dulce preferiblemente, o aséptico. No arriesgues. Tampoco te hagas el gracioso. En un partido entre el Real Madrid y el FC Barcelona, en caso de ser de otro equipo, intenta pasar del asunto y empaparte a cerveza. Si eres partidario de alguno, ignora comentarios de los menos habituales como: “No tienes ni puta idea”, “los catalanes, siempre robando” o “así gana el Madrid”.

 

Todo son buenas palabras que se deshacen estrepitosamente en la acción. En las cenas, uno acaba comportándose como un becario (tal y como está concebida la sociedad actual es difícil dejar de serlo), convirtiendo la cerveza en un sorbete y asaltando los palcos de los karaokes. En el amigo invisible, el tiempo se echa encima y terminas regalando los juguetes del Happy Meal, aunque sabes que esas figuras de Hernández y Fernández de Tintín estarían mucho mejor en tu estantería. Ante los fracasos tácitos de estas dos experiencias, para afrontar el partido del siglo de los siglos, decides irte a ver un Lugo B/Polvorín – Viveiro, para impedir que te invada esa licantropía de los partidos que ve todo el mundo.

Un filial sin tiempo de espera

Y así nace el anticlásico, un remedio natural y cercano con el que calmas tu sed de fútbol. Si quieres una versión premium de esta fórmula dótala de un menú copioso de raxo y un copón de licor café. Baja la comida hasta al Campo do Ceao y allí te encontrarás con un partido al que sólo van los que realmente quieren ir. Podrás ver cómo va la cantera de tu equipo y, de paso, cerciorarte si el fútbol sigue siendo un juego donde juegan 11 contra 11 con un balón de por medio. Y no una sucesión de anuncios. No va a pasarte nada, porque debido a los continuos resúmenes te enterarás de todo lo que pasó en el dichoso partido, y podrás hacer el comentario de rigor el lunes en el trabajo. Y cuando termines cuéntales lo que has visto en ese duelo de Regional.

Por ejemplo, que el Viveiro fue un equipo más serio durante gran parte del encuentro. O que al Polvorín le falta un punto de tranquilidad en su juego para revertir una racha negativa que dura desde el partido frente al Ribadeo. Desde que se produjo aquel dudoso intercambio de golpes, con agresión a un árbitro menor incluida, el filial no ha vuelto a ganar. La magia de las primeras jornadas se ha apagado y los nervios acechan a un club que se ha autoimpuesto la meta de ascender para no ver comprometida su viabilidad.

El Polvorín necesita sosiego para postularse al objetivo de ascender

El equipo de José Durán tiene mimbres para ello a pesar de la renovación que se ha producido en la plantilla. Desde el autor del único gol local del duelo, Dani Renda, hasta el lesionado Josito, que hizo la pretemporada con el primer equipo. La ausencia del mediocentro ha dejado sin timonel a un equipo al que le falta equilibrio interno. José Durán, que se puso a los mandos del primer equipo la pasada temporada, terminó expulsado.

La acústica del fútbol modesto es puñetera y los árbitros escuchan cualquier improperio a la primera. Durán se desgañitó contra el trencilla, que acabó cargándose a uno de los locales en el proceso. No fue tan expeditivo dando instrucciones a los suyos, desnortados en el juego combinativo. Los locales parecían los inadaptados en tierra propia cuando este desconcierto le sería más impropio al Viveiro. Más de 20 años en Tercera, cinco promociones a Segunda B… Y ahora, a dar la cara contra el filial de un equipo con el que llegó a compartir categoría hace una década.

Pero los conjuntos ‘B’ suelen afrontar sus aventuras en solitario, arropados por los familiares de los jugadores y muchas veces a expensas de lo que pueda pasar en el primer equipo. En el caso del Polvorín, el nexo todavía no se ha constituido. El flujo de jugadores a la primera plantilla es inexistente a pesar de que la vida en pretemporada hubiera sido más dura sin la presencia de estos.

Con todo, el equipo está en la zona alta y un giro victorioso cambiaría de lleno los acontecimientos. En el transcurso de toda esta reflexión Luis Suárez –el moderno- marcó un gol de cabeza. Después vinieron las puñetas de Carvajal, los teatrillos de cada uno de los repartos y, como colofón, el actor de éxito de siempre anotando un gol que deja todo igual. El establishment más puro.

Nadie de los asistentes al partido de O Ceao resultó herido. No estaba Valdano, pero un señor del equipo visitante se sabía todos los jugadores al dedillo. Los nombraba con verborrea y facilidad. Hizo de segundo entrenador y cruzó algún sentimiento con los familiares de algún jugador local. Todo dentro del orden constitucional que permite comentarios dirigidos a los capitalinos como: “Logo á praia ben que vides”, establecidos en base a un enfrentamiento entre comarcas. La salsa del localismo que se diluye en los duelos de megalópolis, que te pueden llevar a las manos con tu vecino.

A esto únele la posibilidad de tomar una cerveza sin sentirte un criminal. O el poder disfrutar de uno de los grandes placeres como es mear de campo, ante todo un estropicio de asientos y porterías. En el medio, una pancarta de la despedida de Setién. Un entorno que hoy el Lugo sólo visita para entrenar. Ahora le queda lejos en el aspecto regular pero nunca está de más revisitar estas plazas a las que algún día, Dios no lo quiera, nos pueden obligar a retornar.

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