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Que se acabe ya

por Denís Iglesias 15 mayo, 2016
Tiempo de lectura: 3 minutos

Algunos ilusos pensábamos que este año iba a ser diferente. Que el final de Liga iba a tener un punto de emoción añadida nunca antes visto. Nos equivocamos, y desde el partido ante el Mallorca la desidia reina en el vestuario rojiblanco. O cuanto menos la pasividad militante. Se jugaba el todo por el todo la Ponferradina. Estaba en el guión. Iba a salir a morder, a presionar desde el primer instante. Pero con un saco de nervios a la espalda, un banquillo destrozado por los cambios y una afición mosqueada con la posibilidad de regresar al pozo de la Segunda División B.

Lo que no esperábamos, o no queríamos esperar, era un Lugo otra vez desdibujado. Con displicencia, como si fuera un partido de pretemporada. Una actitud que se ha venido repitiendo en los últimos encuentros, en los que el equipo ha pasado de intentar asaltar los playoffs a pedir la hora en todos los partidos, a revivir muertos como la Ponferradina o Real Valladolid y a impulsar a aspirantes como el Alcorcón. Todo motivado por una serie de errores encadenados que van desde la cabeza de mando hasta al campo. La maldita alienación con el conformismo que el entra a todo jugador profesional cuando se siente con los deberes hechos.

El planteamiento inicial olió a chamusquina. Roberto, en la titularidad, como para evidenciar que el equipo había fichado un portero de Primera en el verano. A ver qué tal. Y mal. Porque un meta necesita continuidad para entrar en juego con facilidad y al chantadino, pieza clave en sus anteriores equipos, se le vio aire de veterano. Un jugador que está de vuelta en esto del fútbol y que mostró una inseguridad impropia de un guardamenta de su categoría. 

Y con una de las piezas fundamentales resquebrajada, el resto del castillo no tardó en caerse. La Ponferradina, con poca paciencia y técnica abrió la lata por medio de Basha, que se coló por el centro de la defensa como si tuviera una acreditación. Otro derrame defensivo para unir a una cuenta inacabable. Arriba, pólvora mojada. Una pierna estirada de Iriome y un remate de cabeza de Joselu directo a la Eragundina (campo del Astorga).

Durán entró en barrena en la segunda mitad tras el tanto de Aguza, que transformó un penalti que él mismo forzó. Álvaro Lemos pecó de inocente, dando un empujón que el catalán se encargó de transformar en un shock séptico. Cosas del fútbol profesional, en el que hay que tener siempre un punto más de inteligencia que el rival. Y más si eres un zaguero. Tres cambios de una tacada para intentar revolucionar un partido muerto. Tres hipotéticos titulares como son Jonathan Pereira, Pablo Caballero y Sergio Marcos, que deberían haber jugador un partido que era la ultimísima bala del club para alcanzar la utopía de la promoción de ascenso. Marcó un golazo Ferreiro, un jugador con poca suerte de cara a portería. La única nota positiva para en la fanfarria.

Ese era el objetivo más remoto, pero el verdadero y fundamental era pintar una sonrisa en los cientos de aficionados que viajaron a Ponferrada. Ilusos de ellos, que esperaban que el equipo diera la cara ante un rival herido de muerte, y que ahora esperan que la temporada acabe cuanto antes, para resetear y volver a renovar la ilusión necesaria para un momento histórico como el que está viviendo el Lugo. Y sí, congratulémonos por estar un año más en la categoría de plata, pero cada curso esto va a estar más caro, por lo que será necesario configurar un equipo  que sepa competir hasta el final de sus circunstancias. Algo que sólo será posible con un entrenador y una directiva que se conciencien con este nivel de exigencia, que se le debe pedir a cualquier conjunto profesional. 

Foto principal: Campillo, en el partido de ida ante la Ponferradina. Xabi Piñeiro – LGV.

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