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Play-off-doh

por Denís Iglesias 5 abril, 2016
Tiempo de lectura: 3 minutos

El play-off es como el Play-Doh. Para aquellos que desconozcan el segundo invento, (el primero también lo es) decir que se trata de una pasta de modelar que utilizan los aspirantes a Bernini en su tierna infancia. Como la plastilina, pero de marca. Sirve para hacer figuras perecederas. No es tóxico y no mancha, pero conseguir que se convierta en la idílica realidad que presenta la caja es algo que sólo se consigue con paciencia y experiencia. Y si eres un crío, con la ayuda de algún progenitor o familiar mañoso y que sepa alentarte.

El Lugo ha empezado desde hace un par de semanas a amasar su estrategia para el play-off. Empezó con las figuras difíciles, pero siguiendo al detalle todos los tutoriales. El nuevo técnico lucense, José Durán, había conseguido con mimo sacar lo mejor del molde que le habían dejado, fracturado y zarandeado por las crisis institucionales. Pero Segunda División no permite adaptar rutinas. Uno piensa que tiene su paleta afinada para siempre hasta que llega un niño listo con menos colores aunque más eficaz.

El Tenerife retuvo los tres puntos con un clamoroso fuera de juego después de zarandear desde todos los costados al equipo rojiblanco. José Juan, que no sabemos si es Jesucristo o Megaman, mantuvo la compostura lo suficiente para evitar un botín de goles. Nació en el 79 pero tiene el alma de un tipo nacido una década después. Sus actuaciones mantienen al equipo en el barrio tranquilo, donde todas escuadras de media tabla conviven sacándose las cosquillas y los puntos.

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Faltó Pablo Caballero. Y cómo se nota la ausencia del argentino. No es un doctorado con el balón en los pies pero su labor de obrero achicando espacios es una anestesia para un conjunto que se comporta mejor con balón que sin él. A diferencia de envites anteriores, todos los colores de la plastilina se mezclaron.

El equipo estuvo lejos de ser la esponja que se aprovecha de los conocimientos del rival para enviarlo atrás y generarle presión. Fue una masa sin cerebro que tuvo miedo a la ambición. El niño que ya tiene su muñeco contorneado, con un aspecto cercano a la vida, pero que en el último momento, ante la dificultad de coronar su obra y ponerle la nariz o los ojos, decide sucumbir. Reduce su guerrero a una masa multiforme y la guarda en el cajón, junto con el resto de los trastos.

“Siento vergüenza por el partido que he hecho”, había asumido en la ida Suso Santana, que pasó de ser villano a un héroe de vodevil -nada mejor puede decirse de este encuentro-, pero héroe a fin de cuentas. Así de fácil es ganar y perder el crédito en una división de miles de nombres cruzados. Véase un actor llamado Igor Martínez, que había sido como la pedrea en citas pasadas, un señor de reparto con oficio para mantener resultados. ¿Y ahora? Un caballero con la nariz partida tras un partido de absoluta disolución.

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En la misma de mal oficio, David Ferreiro, con el traje de Pikachu enfundado. Calambrazo por aquí y por allá, al borde de la angustiosa expulsión. Pese a tanto sarpullido, la piel del Lugo sigue intacta, con el play-off a tiro de dos puntos. Todo tiene arreglo, y más en estos tiempos en los que tenemos al mejor entrenador del mes pasado y en los que la ropa se descose, que no se rompe, porque la permanencia parece un hecho. Pero el Play-Doh se endurecía, si uno no era capaz de sacar la figura en un tiempo prudencial.

Seco y mezclado, no servía ni para guardar como muestrario de una infancia feliz. Por eso toca lavar las manos y comenzar de nuevo a esculpir la talla de la promoción soñada. Frente a un Girona de pesadillas rojiblancas que huye del acento argentino, un trauma que hay que agrandar para seguir aspirando a la escultura perfecta.

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