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Hombro con hombro

por Denís Iglesias 19 marzo, 2016
Tiempo de lectura: 5 minutos

Hace menos de un mes todo parecía negro en el entorno del fútbol lucense. La dimisión por “motivos personales” de Luis Milla, que nunca llegaremos a saber a no ser que Bertín Osborne le invite a su programa, dejaba al club sumido en una gravísima crisis institucional que amenazaba con derrumbar el nuevo proyecto.

El palo en las ruedas de la maquinaria rojiblanca llegaba justo antes de un tramo crucial de la temporada, en el que el Lugo se iba a medir a equipos de la talla del Real Zaragoza, Osasuna, Córdoba y Alavés. Existía el comprensible mal augurio de que se podría salir de esta terrible curva sin apenas puntuar. Esto supondría el definitivo descarrilamiento del equipo, herido por una pésima racha como local.

A 19 de marzo se respira tranquilidad. Existe serenidad tras un empate trabajado y valioso en Vitoria [Crónica y estadísticas] que cierra parte de las cicatrices que surgieron tras el repentino abandono del turolense. José Durán, el títere para algunos, está demostrando ser, hasta el momento, un hombre de principios fuertes. Tras una derrota en extrañas circunstancias ante el Real Zaragoza, llegaron dos victorias vitales ante Osasuna y Córdoba que se completan con un empate en Vitoria que permite llegar a la cifra de los 43 puntos, cercana a la permanencia.

El Lugo ha recuperado la filosofía del corte y confección, aunque de modo utilitario. Toca para conseguir un fin. Si falla en la salida, repliega y lo intenta de otro modo. Frente al Alavés se partió la camisa con oficio atrás aunque no tuvo éxito en la parcela ofensiva.

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Carlos Hernández, un seguro en todas las parcelas | Foto: Xabi Piñeiro – LGV.

Un ‘hipster’ duro

Si algo ha demostrado la corta pero intensa trayectoria de los rojiblancos en Segunda es que hacerle daño a los equipos de José Bordalás es una tarea en la que hay que empeñar sangre, sudor y lágrimas. Las escuadras del alicantino coagulan, son viscosas hasta decir basta. Aunque ahora se vista de hipster, es un tipo duro. Sus jugadores llevan bajo la piel un chip en el que se combinan dos factores: dureza y picardía. Llega el equipo vasco a este encuentro con una racha de cinco partidos sin conseguir la victoria. Poco importó, el Alavés escribió el relato que hubiera narrado en cualquier otra circunstancia. Una mezcla de dramaturgia ante cada falta y de vigor callejero.

El actual Lugo va seguro por el carril de la derecha. Mantiene una velocidad constante y sólo adelanta cuando está seguro. Aunque a veces los árbitros se lo ponen complicado. Arias López y sus compañeros de categoría están consiguiendo últimamente que echemos de menos a Brito Arceo o Japón Sevilla.

Tal y como sucediera en Zaragoza, donde el Mozart del arbitraje hizo al Lugo un traje a medida, el trencilla se mostró excesivamente casero, permitiendo al Alavés que estableciera su ritmo a base de continuas interrupciones. La consecuencia directa de este baremo la vivirá el Lugo frente al Albacete, donde no podrán estar Dealbert y Pablo Caballero por acumulación de amonestaciones.

El Lugo firmó una buena primera parte en la que pudo anotar por medio de jugadores como Antonio Campillo. El madrileño estuvo cerca de hacer el gol de la jornada desde el centro del campo con un disparo plano que obligó a Pau Torres, habitual suplente, a demostrar reflejos. Las mejores opciones llegaron a balón parado, donde Carlos Hernández es un peligro constante.

Faltó el dinamismo de jugadores como Iriome que en anteriores partidos había permitido abrir fisuras en las defensas. Pablo Caballero apenas entró en juego en ataque, a pesar de colaborar como siempre en tareas de repliegue. Pereira, en su intensa batalla contra el mundo, se sacó un par de jugadas de la manga que resultaron insuficientes.

Tres laterales

Más allá de los méritos nominativos, el Lugo volvió a mostrarse como un bloque sólido que sabe sufrir ante los asedios. Tiene paciencia para elaborar el juego desde atrás y llega activo al último cuarto del partido, donde tantos puntos había perdido en la primera parte. Si hubiera que ponerle un ‘pero’ a José Durán, con fácil enmienda, es la poco efectiva gestión de los cambios.

El técnico tarda en mover ficha y a excepción de la bala que constituye Igor Martínez, el primero en salir en todos los partidos, el resto de los trueques llegan tarde. El Lugo acabó jugando en Vitoria con tres laterales derechos: David de Coz, Pau Cendrós y el reconvertido Álvaro Lemos. La plantilla es extensa y hay que aprovechar las posibilidades al máximo sin perder la identidad. Aunque los resultados inviten al optimismo, produce cierto coraje ver que jugadores como Israel Puerto o Abel Molinero se han borrado prácticamente del mapa.

Espalda contra espalda

Donde no cabe lugar para la duda es en la valoración de la afición en este partido. El equipo se sintió arropado en todo momento por los suyos. La hinchada, con su desplazamiento hasta tierras vascas, demostró que el Lugo va más allá de la ciudad amurallada. José Juan exhortó a sus compañeros a felicitar y saludar a los desplazados, en un gesto que le apremia. Jugadores como Iriome entregaron sus camisetas para reforzar una alianza más necesaria que nunca que se había escindido a principios de temporada. Ambas realidades, igual de imprescindibles, vuelven a estar hombro con hombro y espalda contra espalda.

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La comunión entre la plantilla y la afición aumenta | Foto: Xabi Piñeiro – LGV.

Y es que el viaje a Vitoria es una de las grandes citas de la temporada. Los aficionados del Lugo no se caracterizan por su gran capacidad de movilización, pero cuando aparece el Alavés en el frente rápidamente se sacan los blocs de notas para echar cálculos. Porque sí, las cosas importantes seguimos escribiéndolas en papel. Bus por aquí, coche por allá y un haz de ilusión.

Los desplazamientos se convierten rápidamente en un compendio de anécdotas, y más si discurren en una ciudad tan acogedora con la afición rojiblanca. Más de uno tiene en su armario guardada una bufanda con los colores del Glorioso, como llaman los alaveses a su equipo, tormento de los grandes a comienzos del milenio. Imposible olvidarse de aquella final de la Copa de la UEFA 2000-01 frente al Liverpool que el conjunto vasco perdió en la prórroga con un dramático gol en propia meta de Delfí Geli. Un tiempo donde el fútbol era más fútbol.

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