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Las carencias rojiblancas

por Ramón Rivas 28 febrero, 2016
Tiempo de lectura: 3 minutos

En La Romareda se vivió una locura goleadora final que pudo ocultar el guión de un partido que sin embargo transcurrió plano e invariable desde mediado el primer periodo hasta el último pitido del colegiado. Creo, sin ánimo de levantar asperezas, que los 90 minutos de hoy son un argumento tan pesado como irrefutable en contra de aquellos que, ya sea por iniciativa propia o por seguir ciertas corrientes de opinión, proclaman a los cuatro vientos que esta plantilla no debe tener objetivo alguno que no pase por pelear el ascenso a Primera División.

El envite arrancó con idénticos esquemas y ritmo frenético. La convocatoria de José Durán daba pie a imaginar poca originalidad en la alineación, y así fue. 4-3-3 con Pita y Campillo de interiores, y Caballero en punta. Cendrós, Sergio Marcos y Jonathan Pereira aguardarían su oportunidad en el banco. Carreras, fiel a esa fama que le persigue de ser un técnico con ‘ADN Barça’, se guardó el músculo y apostó por la fantasía. De la línea defensiva en adelante formaron Erik Morán, Culio, Javi Ros, Pedro, Manu Lanzarote y Ángel. Difícil de igualar.

 El frenetismo, como decíamos, fue más culpa de los soldados rojiblancos, que saltaron al verde como si no hubiera un mañana. En fase defensiva, presión alta y eficaz que imposibilitaba al Zaragoza asentarse en campo contrario. En fase ofensiva, construcción de jugada desde el portero, pases cortos y rápidos, e intención de llegar al arco de Manu Herrera lo más pronto posible. Fruto de este ‘moméntum’ inicial, llegó en el tercer minuto una ocasión impagable para Caballero. El argentino, por desgracia, volvió a dar argumentos para no ser considerado uno de los artilleros más resolutivos de la categoría, y entre que colocaba su corpachón e intentaba orientarse para la zurda, dio tiempo al central maño para corregir la acción y enviar a córner.

El Lugo lo siguió intentando en los minutos siguientes, pero según el Zaragoza se iba asentando en el partido, su dominio empezó a crecer paulatinamente. Las primeras dos salidas de presión fructuosas de los de Carreras minaron la moral de los visitantes, que no sabemos si por iniciativa de Durán o por antiguos vicios heredados de la etapa con Luis Milla, decidieron que lo mejor era poner cemento armado con dos líneas retrasadas de 4 hombres (Campillo hacía un fuera-dentro continuo) y aislar a Caballero. Reza la “sabiduría” futbolística popular que esta es la decisión menos arriesgada, obviando sorprendentemente que cuando basas tu fortaleza en la defensa y cometes algún error en dicha parcela, automáticamente te quedas sin respuesta más allá de fallos puntuales del rival o alguna que otra acción a pelota parada. Juzgad vosotros, pero a mí esto me parece bastante arriesgado siempre y cuando no seas el Atlético de Madrid o algo por el estilo.

El choque transcurrió con supremacía local, instalándose (ahora sí) en campo contrario con balón e intentando circular en busca de un resquicio aprovechable, pero el instinto solidario de los rojiblancos se hizo notar. Lluís Carreras lo intentó cambiando a Pedro y Lanzarote de banda, pero más allá de alguna pillería de Ángel y dos o tres salidas de José Juan para abortar contragolpes, no hubo sobresaltos que destacar.

La sorpresa y la emoción llegaron a cargo de Manu Herrera, que cometiendo uno de esos fallos que antes comentábamos, se pasó de confiado y en vez de despejar quiso dar un pase con la cabeza, y terminó por asistir a David Ferreiro en su primer gol de la temporada. Aquí aparece la figura del árbitro, que sin resultar decisivo, no estuvo para nada acertado. No tuvo una vara de medir comprensible en ningún momento, y a falta de 15 minutos expulsó a Fernando Seoane por una doble amarilla, y lo cierto es que ninguna de los dos “faltas” merecía tal castigo. Esto trastocó bastante los planes de José Durán, que se quiso guardar el último cambio para perder tiempo en los instantes finales, y a lo mejor no entendió que el equipo necesitaba oxígeno defensivo.

Sea como fuere, un error de comunicación entre un Cendrós catastrófico y Carlos Hernández propició el 1-1; la zurda renacentista de Manu Lanzarote, instantes después, rompió la cadera del capitán por cuarta o quinta vez y llevó la locura a la grada con un trallazo ajustado. En un abrir y cerrar de ojos el talento superior del Zaragoza hizo la diferencia, y el anecdótico gol de Dongou tan sólo sirvió para poner más sal en la herida rojiblanca. Es a lo que te expones asumiendo tu supuesta inferioridad desde el minuto uno.

Sin embargo, y ya para cerrar, huelga decir que la responsabilidad de Durán en lo acontecido esta tarde es muy baja o prácticamente nula. Conviene recordar al grupo de los impacientes, que desafortunadamente son multitud, que la mano de un entrenador suele tardar varias semanas de trabajo en notarse sobre un funcionamiento colectivo, que afrontamos una serie de enfrentamientos harto complicados, y que nuestro objetivo número uno debe ser la salvación y nada más que eso. Por eso, es preciso un lucensismo unido.

Imagen de portada: Toni Galán/A Photo Agency

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