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¿Qué carallo pintó Jonathan Pereira en Pucela?

por Iván Rolle 3 septiembre, 2015
Tiempo de lectura: 3 minutos

3 de septiembre y Jonathan Pereira sigue sin equipo. Suena para poner la guinda al pastel que han cocinado Toni Otero y compañía en Lugo. Así que qué mejor que repasar cómo le fue en su última aventura, en tierras castellanas, en el Pucela.

El chiquillo llegó a la ciudad del Pisuerga en enero para apuntalar una línea de ataque mermada por la baja de Roger y también reforzada con las incorporaciones de Hernán Pérez y un tal Tulio de Melo del que todavía no sé si es zurdo o diestro. Sonaba bien la cosa, el Real Valladolid reforzaba una plantilla de nivel con tres jugadores, a priori, de Primera. La ilusión inundó a una ciudad muy futbolera aunque poco propensa a la expresividad abusiva. Pero daba igual, eran los maravillosos meses de invierno y en cualquier lugar de la capital castellana todo dios cantaba eso de: “¡Que sí, joder; que vamos a ascender!”.

El chaval (vuelvo a hablar de Jonathan) tardó tres partidos en hacerse a sus nuevos colores, pero al tercero la lió. ¡Y cómo la lío! El delantero (yo lo veo más segunda punta, qué quieren que les diga) hizo un triplete en el Iberostar (o cómo carallo se llama ahora) para doblegar por 1-5 al Mallorca. El tercer gol, para ver una y otra y otra y otra y otra (y así hasta no poder más). Sombrero al defensa al primer toque y exquisita definición con el exterior.

Para los pucelanos Pereira ya era el hombre del ascenso, el de La Décima y hasta el destinado a sacar a España de la crisis. Sin embargo, las tornas cambiaron a partir de esa semana de forma alarmante.  En la jornada siguiente, el Lugo se pasó por Zorrilla y se le atragantó, al Pucela y a Jonathan. El gallego participó una semana después con un tanto en la goleada de su equipo en el Sardinero, y después llegó el claro punto de inflexión.

El delantero vigués fue de la partida en el Heliodoro Rodríguez López ante el Tenerife y solo aguantó sobre el césped 28 minutos. Pereira fue expulsado por os tarjetas en apenas un par de minutos. La primera por fingir un penalti; la segunda, acto seguido, por cortar un contragolpe con una patada a destiempo en las narices del colegiado. Para colmo su equipo perdió por 2-0 y él fue uno de los grandes señalados de una inesperada derrota ante un conjunto que parecía ir rumbo a la Segunda B. El runrún, uno de los pasatiempos preferidos del aficionado medio pucelano, ya se cernía sobre Jonathan.

Desde eses momento, el ilusionante Jonathan Pereira se evaporó y todavía no se ha encontrado. El preparador catalán Rubi siguió contando con él, al menos en un principio, pero su rendimiento decayó hasta convertirse en un jugador simple, previsible, que no aportaba absolutamente nada en el campo. El resto de su estancia en Valladolid tras la expulsión, cuatro meses, se resume en trece partidos jugados, seis de ellos como titular, y dos intrascendentes goles más, en las dos últimas jornadas antes del playoff, cuando los blanquivioletas ya no se jugaban nada.

En la eliminatoria de promoción de ascenso ante la UD Las Palmas solo disfrutó de 26 minutos y cuando el Real Valladolid se quedó fuera al gallego ya no le quedaban defensores en la ciudad del Pisuerga.

En la capital castellana Jonathan Pereira dejó una pregunta en el aire. Nadie duda de sus superdotadas condiciones técnicas, pero haciendo un balance de su trayectoria futbolística, Jonathan se ha convertido en un hombre que vive del recuerdo de aquel jovenzuelo que enamoró en el Racing de Ferrol y luego en el de Santander. No fue capaz de aprovechar sus repetidas oportunidades en el Villarreal ni en el Betis, ni tampoco la que disfrutó en el Rayo. Entonces, ¿Jonathan Pereira es un futbolista simplón de grandes condiciones al que le salieron dos buenas temporadas o un gran jugador que no ha acabado de solo ha podido dar lo mejor de sí mismo en dos de sus equipos? Quizás en Lugo se encuentre la respuesta y ojala sea la segunda.

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