En Abril de 2004, tras salir escaldado del Camp Nou, Jorge Valdano lanzaba una frase que quedaría para la posteridad de los ripios que solía componer el director general del Real Madrid por aquella época para decir mucho en la forma y nada en el fondo. Valdano, experto en aplicar aquella máxima de “ni una mala palabra ni una buena acción”, salió a tranquilizar a la parroquia blanca diciendo, y cito textualmente, que “era hora de terminar el duelo y declarar el estado de optimismo”. Para los curiosos, aquella fue la temporada de Queiroz, el cambalache florentinesco de los “Zidanes y Pavones”, y la temporada que acabó con el Madrid en blanco y Queiroz en la calle. Mucho ojo clínico nunca tuvo Valdano, la verdad.
Cuento esto porque precisamente el Lugo se encuentra, en estos azarosos días, con el estado de optimismo declarado, ondeando en todo lo alto y con unos números que corroboran un arranque liguero de los que hacen época y afición. Se gana en casa, no se pierde fuera, se da imagen de equipo sólido, no se regala nada y se sigue a rajatabla la media inglesa (ganar en casa, empatar fuera) que tanto nos recuerda mi amigo Gegúndez y que nos llevaría, ay, a Primera, aunque eso de momento no sea más que una quimera. Además, y de postre, ha llegado Jonathan Pereira, apodado ya por Chema Vázquez como “o Messi galego”, lo que eleva las posibilidades de los rojiblancos, o al menos, y por el momento, su ilusión por bajar al Anxo Carro, que buena falta hace. Si metemos todo esto en la coctelera y agitamos un poco, añadimos que los pájaros de mal agüero graznan cada vez más lejos, y servimos, bien fresquito, en copa, tendremos la explicación de por qué el optimismo ha inundado la ribera del Miño.
Y me alegro de que así sea, carallo. Que se hable de fútbol, de lo bien que encara el equipo los partidos, de la solidez defensiva, del filo de nuestros delanteros, de lo bien que rinden los nuevos (¿recordáis cuando el insigne Murillo los llamó “fichajes de medio pelo”? Otro con la clarividencia de Valdano…), hasta de lo bonito que ha quedado el campo con una simple mano de pintura en las butacas. Me gusta que se resalte al Lugo por las cosas buenas que de momento se están haciendo, que se deje de lado auditorías y deudas hasta que sean realidades y no especulaciones, al menos. Que el Lugo sea ejemplo de goles, de regeneración, de seriedad, de alegría. Optimismo.
Porque estoy seguro de que eso los futbolistas, que en el fondo son los protagonistas de este tinglado, notan esas cosas. Notan la ilusión del aficionado, la alegría de la grada, las ganas de los abonados, y se contagian, claro que se contagian. Y dan más de sí, porque se rinde más con energía positiva que con división y caras largas, porque se cazan más moscas con azúcar que con vinagre y porque a veces ese balón que pega en el palo y rueda por la línea de gol solo necesita el impulso de la alegría, el “good stuff” que dicen los americanos, el buen rollo en traducción de la calle, para que decida colarse dentro de la portería en lugar de salirse fuera. El optimismo también gana partidos, que se lo digan al Celta. O a Gasol.
Así que venga, arriba los corazones rojiblancos. Nada hay de malo en disfrutar de los buenos momentos. Sacudámonos la desconfianza al menos hasta que haya motivos para tenerla. Naturalmente el Lugo va a perder partidos, fijaos que hasta puede perder esta misma jornada, pero disfrutemos de lo que hay, que ya nos preocuparemos cuando toque, que para lo malo siempre hay tiempo. Moderación sí, pero no mojigatería. Seriedad, pero no tristeza. Dale a tu cuerpo alegría, Cedé Lugo, que no se sabe lo que nos espera como para escatimar en sonrisas, y luego, en cien años todos calvos y que nos quiten lo bailao. A por el Zaragoza, que vienen con media estocada y nunca se sabe si acabarán siendo rival directo por algo. A ellos. Y no, yo no soy (por suerte) Jorge Valdano, pero también quiero ver a mi Lugo en estado de optimismo.