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¡Túzaro!

por Daniel Martínez Baniela 12 diciembre, 2014
Tiempo de lectura: 5 minutos

Mientras escribo este artículo estoy escuchando por la radio como confirman el apuñalamiento de un seguidor del PSG en Barcelona, tras el partido de Champions que enfrentó a culés y parisiennes y claro, me planteo, me replanteo y me vuelvo a plantear, cual pez en el río que bebe y bebe y etcétera, como enfocar la idea que quiero transmitir sin parecer lo que no soy, ni la idea lo que no es. Y es que, como siempre ocurre en este país, tan proclive a los extremos y tan poco acomodaticio al punto medio, que es donde suele estar la razón, el asesinato del ultra del Deportivo a manos de ultras del Atlético ha desatado toda suerte de discursos grandilocuentes, condenas de todo pelaje y decisiones, o promesas de decisiones, algunas acertadas y otras menos, con el fin de erradicar la violencia del fútbol.
Supongo que tengo que empezar por condenar la violencia, como si no se diese por supuesto. Yo, por ejemplo, doy por hecho que todos los que me estáis leyendo lo hacéis, que el 99% de la gente lo hace, por lo que no ando por ahí pidiendo que condenen la violencia, al igual que no pido que condenen comer mierda, porque me imagino que a nadie en su sano juicio le gusta (inciso: hay gente a la que si le gusta, se llama coprofagia, pero serán un porcentaje tan marginal como a los que le gusta la violencia). Sea como fuere, condeno aquí y ahora la violencia como paso previo.
Una de las decisiones de las que os hablaba es la de, al parecer, perseguir al aficionado que insulte en los campos de fútbol que en España son. Parece que al Madrid le va a caer una multa del carajo por escucharse en el Bernabéu “puta Barça” y “Messi subnormal”, y que incluso el club blanco, por aquello de ser ejemplar, va a expulsar a los deslenguados. Javier Tebas, presi de la LFP, al que si tuviese que calificar de alguna forma sería de más falso que un billete de tres euros, ya se ha apresurado a anunciar a los cuatro vientos que esta será una medida que se tomará, a partir de ahora, en todos los campos de Primera y Segunda División: el que insulte, a la calle.
Y me parece mal. Así de claro. Y si me dejáis, me explico. Supongo que si habéis llegado hasta aquí es que más o menos os interesa el tema, y también os habréis dado cuenta de que hoy no hablo solo del Lugo, sino que abro más el foco sobre todo el fútbol español, pero es que el Lugo forma parte de ese fútbol. Decía que me parece mal la medida y que me iba a explicar y, como el alcalde de la (gloriosa) película “Bienvenido Mister Marshall”, esa explicación que os debo, os la voy a pagar: me parece mal porque iguala al bocazas con el violento y porque banaliza la propia violencia, que es una cosa muy grave, la que más, comparándola con un “árbitro, cabrón”, cuya gravedad será mucha o poca, lo dejo al juicio del lector, pero siempre menos que una puñalada. Y ahora desarrollo.
Decía que, a mi entender, la persecución del insulto iguala al bocazas con el violento, y habrá quien me diga, seguro que con razón, que la violencia verbal también es violencia, pero oiga, en el insulto, como en todo, también hay grados. Yo, lo reconozco aquí, insulto en el fútbol, en el Anxo Carro y cuando veo al Madrid por la tele. Si, lo reconozco, pongo a parir al árbitro, al rival y, si las cosas no van como deben, a los míos propios. Aún así, y aceptando de antemano que me llamen malhablado o maleducado, diré que, como el mismo 99% del que hablaba antes, repudio y nunca jamás utilizo insultos racistas, falto a los muertos ni deseo la muerte. Soy más de hijo de tal y de cual, cabrón, desgraciado, muerto de hambre y cosas por el estilo, puta (ponga aquí el nombre del equipo rival) y poco más. Como la mayoría, repito, y no de modo continuo. Esto, que queda muy mal, no es violencia. Mala educación si, pero no violencia, y si me van a equiparar con unos asesinos, mejor lo dejamos. El fútbol es pasión, adrenalina, y muchas veces nos dejamos llevar y nos desahogamos, seguramente de forma nada decorosa, pero, reconózcanlo también, bastante inocua. Me diréis que en las gradas hay menores y hay que dar ejemplo, y lo asumo, pero también os diré que yo no llevaría a mi futura hija a un estadio a que se eduque, y añadiré que, si está bien educada, las burradas que oiga en un estadio le entrarán por un oído y le saldrán por el otro.
Decía también que, con esta ¿normativa? se banaliza la violencia, y lo creo firmemente. Se comienza intentando hacer desaparecer el exabrupto (tarea loable, pero veo casi imposible) y al no conseguirlo, los popes de esto, ya sabéis, Tebas, el desaparecido en combate Villar, Cardenal y demás, pueden aducir que la sociedad española es así y tal y cual y Pascual, convirtiendo en excusa lo que es un error de enfoque. Esto es muy fácil, ya lo dijo Jabois en un artículo la pasada semana, se trata de echar al violento, no al grupo, de multar, expulsar y encerrar al violento, al que pega, al que amenaza, al que se pasa, no a una grada entera, a un grupo que canta puta esto o lo otro, árbitro tal o portero cual. ¿Cuántos ejemplares padres y madres conocemos a los que se les va la lengua en el campo? ¿Son estos radicales que hay que exterminar? ¿Vamos a largar a los Siareiros del fondo por gritar aquello de “eeeeeeEEEEEEH, CABRÓN, TÚZARO!!” cuando saca de puerta el cancerbero?
Y ese es el tercer y último punto que me gustaría tratar, el límite, el listón, la marca a partir de la cual un insulto es punible. ¿Dónde ponemos la raya? ¿En el “hijo de puta”?¿En el “árbitro cabrón”? Todos estamos de acuerdo en que ciertas líneas no se deben traspasar, los ruidos racistas, por ejemplo, el deseo de la muerte y la xenofobia, pero ¿y con el resto qué hacemos? Lo que ocurre es que los propios promotores de la norma no lo saben, ¿y sabéis porque? Sencillo, porque nunca les ha importado. ¿Hicieron algo cuando Eto`o se tuvo que ir de La Romareda o Roberto Carlos, o muchos otros, tuvieron que aguantar los ruidos de mono? No. ¿Cuándo a Dani, del Betis, le deseaba la muerte a coro todo el fondo de Indar Gorri en el Reyno de Navarra? No. ¿Cuándo a Cristiano le cantaban, día tras día, “ese portugués qué hijoputa es”? No. ¿Le dieron importancia al “Guti, maricón”, heredero directo del más lejano “Michel, maricón?” No. ¿Cuándo todo el fondo del Calderón gritaba, domingo a domingo “Aitor Zabaleta era de la ETA”, se tomaron medidas drásticas? Ni de coña, porque les daba igual. Y ahora, sin embargo, quieren ejemplarizarnos y meternos en el mismo saco que los energúmenos que cantaban tales burradas por un puta esto o un cabrón. Y eso es lo que me enerva, que nos metan a todos en el mismo saco.
Termino. No quiero que se interprete que estoy haciendo un elogio del insulto. Nada más lejos de la realidad. Yo soy el primero que digo que no está bien, que ojalá supiésemos contenernos o, al menos, ser tan originales como esa peña cadista que lleva una pancarta al Carranza que pone “árbitro, guapetón”. El insulto no está bien, y no es edificante, pero no es tan duro como un puñetazo, un navajazo o una bota en la cabeza. Yo, como el 99%, he insultado, pero me niego a que me comparen con el 1% que han pegado. Persíganlos a ellos y al menos perdónennos a los demás gritar “¡Túzaro!”.

Foto: radiolugo.com

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