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El silencio los hace fuertes

por Iván Rolle 4 diciembre, 2014
Tiempo de lectura: 3 minutos

Probablemente todos los ávidos, espabilados y atractivos lectores (y lectoras, por supuesto) lugoslavos (y lugoslavas) recuerden lo acontecido hace dos semanas, en la visita del Rácing de Santader al Anxo Carro. Sí, el Lugo ofreció 45 minutos de lo mejorcito de lo que va de campaña y, sin embargo, hubo de conformarse con un insípido empate a cero ante un equipo que poco exhibió aparte de alguna galopada de Koné. Los salvó que Iriome no tuvo para hacer justicia ante los cántabros, en las dos mejores opciones lucensistas, la puntería que sí tuvo este domingo para hacer injusticia ante el Tenerife.
Pero no se vayan tan, tan, tan relativamente lejos en el tiempo y salgan del Anxo Carro, por favor. ¿Recuerdan ahora? Tras el encuentro, un grupo de aficionados racinguistas arremetió contra varios seguidores del Lugo y el incidente remató con un lucense herido. Poco más que unas leves lesiones en la nariz y en una ceja.
Suena casi hasta ridículo rememorar esto después de la terrible batalla campal que se produjo en las inmediaciones del Calderón este domingo. Un par de cientos, según cuentan, de miembros de las peñas ultras Riazor Blues, Bukaneros, Alkor Hooligans y Frente Atlético en un vergonzoso combate que se saldó con un muerto y 21 detenidos.
Sin embargo, y de manera claramente indirecta, una no deja de ser consecuencia de la otra. El suceso del Anxo Carro no obtuvo respuesta por parte de ninguno de los dos clubes y apenas gozó de repercusión en los medios de comunicación locales, mientras que en los nacionales la presencia del altercado fue testimonial o, más bien, nula.
Problemas como este se dan cada fin de semana en los campos de fútbol y en sus inmediaciones. Y no solo en el deporte profesional, también en el de base o amateur. Es cuestión de una cultura contaminada donde prima el todo vale mientras mi razón se imponga a la tuya. Es causa directa de unos medios que no lo denuncian y de unos clubes a los que les da igual hasta que se llega al desgraciado extremo del asesinato.
Y vaya por delante que la única relación que esta gente tiene con el deporte es que, por unos u otros intereses, los equipos de fútbol consienten sus actuaciones. Unas actuaciones que ellos mismos desmarcan del fútbol y atañen a razones ideológicas. Unas razones ideológicas que tampoco existen, pues esa gente no sabe ni meter su voto en el sobre. Son únicamente animales violentos que aprovechan la pertenencia a un amplio colectivo para convertir sus debilidades en fortalezas y ejercer como matones.
Hay un asesinado y, por supuesto, uno o unos asesinos que deberán ser castigados por la justicia. Pero no por ello se puede justificar a unos u otros. Cada uno es libre de creer lo que le venga en gana, pero es difícil no pensar que si el autobús de los Riazor Blues recoge a varios Bukaneros y Alkor Hooligans no es porque vayan a ver el partido de fútbol todos juntos.
Por supuesto todo esto son suposiciones, aquí nada está confirmado hasta que no lo está. Sin embargo, es innegable que en esta película no hay ni buenos ni malos. Todos los ultras, se escuden en la extrema derecha, en la ultraizquierda o en el revillismo radical, que seguro que los habrá (será por gilipollas en el mundo), para así atacar a los que no son como ellos, son la misma lacra para el deporte. Cuando por fin se entienda esto, se estará un poco más cerca de erradicar este tumor del fútbol.
¿Y por qué hay que hacerlo? Porque seguro que si a usted, que ahora nos lee, le gusta el balompié es porque un día, cuando solo era un pipiolo, su padre lo llevo al Anxo Carro, a Riazor, a Balaídos… incluso a Cantarrana o al Estadio Roca, por ejemplo, con cierta asiduidad. ¿Ustedes llevarían a sus hijos a un partido sabiendo que puede ocurrir lo que pasó el domingo en el Manzanares?

Foto: Juan Manuel Prats | Publico.es

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