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Garra

por Daniel Martínez Baniela 1 octubre, 2014
Tiempo de lectura: 4 minutos

Estimados amigos y vecinos, lucenses y lucensistas todos, si hay una discusión futbolística que he tenido mil veces, y que a buen seguro tendré mil veces más, esa es la del fútbol, como decirlo, la del fútbol de poder a poder, la del fútbol a pecho descubierto, la del fútbol jugado, como reza el título de este articulo, con garra. Mucho he debatido al respecto con amigos, colegas, parientes, compañeros de trabajo o a través de las redes sociales, siempre escuchando los mismos argumentos en contra de mi parecer: el control de la pelota es esencial, el tiki-taka es la sublimación del buen fútbol, hay que madurar las jugadas, la posesión es el fundamento de este deporte… y un largo etcétera de sentencias por el estilo, recogidas la mayoría de sabios del fútbol como Valdano, Cappa, Menotti, D`Alessandro, Bielsa y, en última instancia, el gran gurú de la posesión, Pep Guardiola. Además, con la irrupción de este último en los banquillos, tales sentencias se convirtieron en un mantra repetido mil veces como verdad única, absoluta e inmutable, hasta el punto de que el simple hecho de decir que no te gustaba ese estilo, tan respetable como cualquier otro, pero no más que ninguno, te ponía en primera línea de fuego como traidor a las esencias del balompié. Dicho de otro modo, mucho más prosaico, te acusaban de no tener ni puta idea.

Se llegó a un punto, decía, en el que cualquier tipo de juego, estrategia o táctica que no se basase en sobar el balón, dar chorrocientos pases e intentar entrar con el balón en la portería era, en el acto, tachado de antifútbol. Si un equipo jugaba a la contra, antifútbol. Si un equipo se cerraba atrás, antifútbol. Si se pegaba desde fuera del área, antifútbol. Si se marcaba de corner, antifútbol. Y yo, que amo este deporte y disfruto del fútbol en todos sus aspectos, me desquiciaba e intentaba comprender por qué no apreciaba esa belleza que todos loaban en ese juego almibarado, denso, lento muchas veces, de la posesión estéril. La respuesta, amigos y vecinos, es que, para mi gusto, le faltaba pasión.

Comenzaron a dar más importancia a los porcentajes de posesión que al propio marcador en sí, se contaban los pases como quien cuenta monedas de oro, y el gol pasó de ser el éxtasis a un incómodo checkpoint que había que pasar para que te diesen los puntos del partido. En un Rayo – Barça del año pasado, que los culés solventaron con goleada, se dio la estrambótica paradoja de que al Tata Martino le afearon, a pesar de la victoria, el hecho de haber perdido la posesión contra el Rayo ¡después de haber ganado 4-0! De locos.

Viene todo esto a colación de lo sucedido el pasado sábado en el Anxo Carro. Vaya por delante que no pretendo comparar a los de Setién con el Barça, ni falta que hace, pero sí destacar que durante mucho tiempo en Lugo hemos estado venerando el estilo por encima del resultado, el juego por encima de la efectividad, cosa muy loable por parte de los rojiblancos, ojo, que intenten jugar al fútbol y no al patadón como vino a hacer el Leganés hace no tanto, pero que, seamos sinceros, algún que otro bostezo nos ha arrancado y algún gesto de desesperación también cuando veíamos esos rondos interminables sin tirar a puerta.

El sábado pasado se ganó el partido frente a un rival de campanillas, un exPrimera que aspira a todo y que tiene una serie de jugadores extraordinarios. Y se ganó, principalmente, gracias a la garra de unos jugadores que, esta vez sí, no dieron por perdido el partido ni la fe en ningún momento, y razones tuvieron para ello, ya que encajaron en todos los momentos clave del partido. Pero si en otro partido bajarían los brazos, no hicieron tal cosa y se repusieron a cada mazazo: encajar un gol casi en el primer minuto, ver como les empataban al borde del descanso tras haber remontado y ver de nuevo como el Osasuna se ponía por delante. Pero el Lugo siempre se levantó. Y empató. Y ganó. Con garra.

Disfruté como un loco viendo a todos los jugadores dejarse la piel en el campo, viendo como Manu, jugador y capitán generalmente exquisito y tranquilo se encaraba con Loties, con Cadamuro, con cualquiera que se le acercase. Disfruté viendo como el pequeño Peña, superado en estatura pero no en cojones por los rivales, se fajaba como nunca. Y grité como un loco con los goles de Pavón y Borja, titanes en área contraria. Con fe.

¿Y la afición? ¿Qué decir de nosotros mismos? Pues, chicos, que queréis que os diga, aunque seamos los 3.000 de siempre, el otro día gritamos como solo se grita cuando hay comunión total entre lo que pasa en el verde y lo que se siente en la grada. Con una fe similar a la del partido frente al Deportivo de la pasada temporada, llevando en volandas a los chavales que, a su vez, azuzaban nuestro ardor guerrero con su lucha en cada pelota, en cada contacto, en cada jugada. Personalmente, salí del partido como hay que salir de una grada: agotado, pero feliz.

Porque todo eso solo se consigue cuando hay garra. Te puede gustar un estilo u otro, el toque o el contragolpe, el ataque o la defensa, pero amigo, cuando te toca la fibra sensible el ataque desbocado, la pelea a pecho descubierto, el instinto de “esto lo ganamos por huevos”, ahí es cuando se disfruta del verdadero fútbol. Del fútbol de las remontadas, de la pelea, del fútbol sin artificios, auténtico como un riff de guitarra rockera. Del fútbol, como os decía, de garra.

Foto: Pedro Agrelo. Diario As.

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