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Cádiz tenía que ser

por Colaboración 31 enero, 2018
Un combatiente Samuelson en el Carranza | Foto: cedida.
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por M. R. Samuelson – @SamuelSonLugo

Seis de la tarde del viernes 26 de enero. Una reducida expedición de Samuelsons –3 y con alineación inédita e indebida- abandona la céntrica estación de tren de Cádiz. Allí nos aguarda primo Javi, gadilucense afincado en Conil (con perdón por la expresión).

Poco tardará esa bendita ciudad, la Bella Dorne de la Bahía, en mostrarnos sus credenciales de distinción. En el primer paso de peatones vemos que el semáforo de los muñequitos verde y rojo está acompañado por una señal, situada en un plano superior y en la que reza el siguiente texto: “Recuerde que no se puede cruzar cuando el semáforo está en rojo”.

No hay en todo Las Vegas ni en Atlantic City un solo luminoso que diga tanto de esas dos urbes como lo que la señal gaditana cuenta sobre la Tacita de Plata. Los costosos letreros que jalonan las ciudades americanas del pecado no alcanzan la perfección semiológica de la pequeña señal de esa ciudad andaluza, que también peca, y mucho, pero sin necesidad de ampulosos neones, porque Cádiz es la niña mimada del sol, que en esas tardes de bahía y marisma parece tener ojos solo para ella y la acaricia con esa luz que solo existe allí y en La Habana.

Las gentes gaditanas son irreductibles a las aburridas reglas de la ordenación y la planificación racionalista

Probablemente la regla del semáforo con muñeco en rojo o en verde es la primera norma de conducta colectiva que interiorizamos de pequeños, pero en Cádiz necesita de un recordatorio de refuerzo, porque el inventor de la entropía era gaditano –supongo- y esa ciudad hermosamente ácrata no ha sido diseñada para plegarse a reglas, ni las más elementales, sin mostrar su espíritu indómito fraguado a base de sucesivas visitas de civilizaciones pretéritas, unas más interinas que otras, pero sobre todo a impulsos del arte y la incontenible emoción que habitan en la sesera y el corazón de esas simpares gentes gaditanas, irreductibles a las aburridas reglas de la ordenación y la planificación racionalista. Opino que haber situado en Cádiz la sede de las más importantes Cortes constituyentes de la península, es una de las más logradas bromas de la historia.

Pepe Cuervo y Japón Sevilla

Aunque ya entraditos en años, los Samuelson conservamos un cierto espíritu punkarra y ni que decir tiene que en hábitats libertarios como el gaditano nos encontramos como en casa, y por eso no demoramos la tarea de aplicarnos a incrementar la cuenta de resultados de nuestro patrocinador, aunque ha de admitirse más vocación hedonista que estrictamente económica en ese empeño. Y por aquello de no caer por el suelo a las primeras de cambio (que tampoco te somos tan punkis) dimos buena cuenta de muy diversas tapas de esa bendita cocina andaluza (donde se come bien es en el norte, dicen los poco viajados) de modo que entre cervezas, salmorejos, erizos, pescaítos fritos y un Pepe Cuervo con cuya presencia no se contaba, se fueron pasando las horas y el día se fundió con la noche y, no me preguntes cómo, el siguiente recuerdo ya nos sitúa en el día del partido, desayunando boquerones y huevos rellenos en un bar de lugareños, trufado de sabios filósofos de sol y sombra mañanero, herederos de la finura de Averroes o Séneca, acaso con menos barniz en las formas.

Ya enfundados en nuestras elásticas y bufandas albivermellas no captadas, luego, por las cámaras de televisión en el estadio, transitamos las bulliciosas calles del casco histórico en olor de multitud, agasajados con muestras de cariño y chanzas por doquier, cuando los transeúntes detectaban esos llamativos colores de nuestra indumentaria, casi tan eficaces para identificarnos como lucenses como nuestro no menos llamativo acento. Y escuchamos los clásicos “hasta Lugo” o “sois de Lujo” y también el “os habéis traído el frío” topicazos macerados que en boca de los gaditanos, con ese gracejo y ese acento que poseen para la coña, sonaban a innovadoras muestras de genialidad nunca antes conocidas.

La presencia del aficionado sevillano del Lugo está fuera del alcance de Dalí y Buñuel en una brainstorming luego de haber ingerido sustancias estimulantes

No es casualidad que el epicúreo aficionado sevillano seguidor del Lugo que se plantó estoicamente en la grada visitante haya alcanzado fama universal en Cádiz. Vio al Lugo en su maravillosa Sevilla natal, pero no fue lo mismo. Un forofo sevillano del Lugo tiene que ser parido para los medios en Cádiz, es de justicia poética, y así ha sido. Y por cierto, la escena me parece fuera del alcance de Dalí y Buñuel en una brainstorming luego de haber ingerido sustancias estimulantes. Sevillano forofo del Lugo en Cádiz y solo en la grada, no creo que vaya a tener yo vida suficiente para ver algo más bizarro en una grada. Los Samuelson nos sumamos, por supuesto, a las peticiones de reconocimiento expreso por parte del club para ese jabato.

Y también estaba Japón Sevilla, pero no lo vimos, así que nos quedamos sin la deseada foto y él sin más espacio en este artículo que se prolonga ya en exceso. ¿El partido? Pues qué os vamos a contar que no hayáis visto por la tele. Un primer tiempo de fútbol trabadísimo y algo de centrocuentismo merced a ese catenaccio a la gaditana que tan buen rédito le está dando este año a los de Cervera, cuya portería es más inaccesible al balón visitante que las infraestructuras dignas lo son a los lucenses.

“Aunque me pongan en tu puerta cañones de artillería tengo que pasar por ella”

El segundo tiempo mejoró notablemente, sobre todo para los que disfrutamos más con la faceta ofensiva del fútbol, y a un golazo de un Eugeni pescado por el Cádiz en aguas de invierno, siguió una fase de mayor dominio del Lugo, fruto de un valiente planteamiento de Francisco cuyo arrojo hace mucho tiempo que ha dejado de ser noticia. Supongo que nuestro mister, al igual que Chuli, será devoto de Camarón de la Isla, y tras contemplar como la escuadra izquierda de nuestro putu porteru (enorme, como siempre) se quedaba sin telarañas, habrá rememorado aquellos versos maravillosamente cantados por el gaditano, acompañado a la guitarra por don Paco, el hijo de Lucía, y en los que nos contaba aquello de que “aunque pongan en tu puerta cañones de artillería, tengo que pasar por ella, aunque me cueste la vida”. Y entonces apareció un Lugo de talento y arte más gaditano que el del propio Cádiz, y de la mano de C. Herrera pasamos por la inexpugnable puerta local, en los últimos suspiros, pero pasamos, y ello después de haber situado máxima artillería en el campo, incluyendo la entrada de un medio centro, don CARLOS PITA (mi teclado no sabe escribir este nombre en minúsculas) por un central.

El gol llevó justicia al marcador y euforia a nuestro pecho, así que con la alegría propia del gol postrero, los Samuelson abandonamos el santuario Carranza y, vuelta la mula al trigo, o mejor dicho, a la cebada, retomamos la tarea de devolver al patrocinador parte de lo que nos ha dado (de lo que le deben ellos a Juan Carlos y su gol y, por ello, al propio Lugo, hablaremos otro día). Fue, precisamente, delante de una Estrella Galicia y ya acusando el cansancio de las horas de jaleo, cuando me sorprendí un tanto morriñoso sin saber si la nostalgia me conectaba a Lugo o a Cádiz, porque ambos lugares son mi casa en mi corazón, y me reconfortó pensar que por fin se había roto uno de los maleficios que nos atormentaban esta temporada, y que habíamos conseguido puntuar en feudo de un rival directo y pensé, en Cádiz tenía que ser.

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