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El último héroe canchero

por Denís Iglesias 15 marzo, 2016
Tiempo de lectura: 4 minutos

Hace unas semanas se jugaba el Superclásico. El partido de partidos del fútbol argentino en el que se vieron las caras River Plate y Boca Juniors. Si reducimos el duelo a lo estrictamente balompédico podríamos catalogarlo como una torrija. Unas simples tablas entre dos equipos que no han empezado del modo esperado el campeonato. Más allá de esa tela, una película pasional en la que participan chicos, ancianos y hasta alguna mascota. Un lujo de colores, cánticos, banderas y emociones difícil de equiparar. Un aroma pasional que supera la vigilia del fútbol moderno, sumido en una espiral de flashes y códigos éticos.

Este filme está lejos de ser una manifestación exclusiva en un país donde el fútbol es filosofía. Parte importante de la mitología de este deporte está escrita con acento argentino. Pocos viven y reviven las victorias y las derrotas de tal modo. En casi ningún otro país el jugador es tan aficionado y viceversa. No sólo se le permite traspasar esta línea -para algunos tallada a plomo-; se agradece que vacilen sobre ella. Es así como se forjan los cancheros, una denominación que sirve para reconocer al ser albiceleste más puro, aquel que se deja la piel en el campo o, cuanto menos, hace creer eso a la hinchada que le alienta. Se tira, levanta los brazos, ama y llora (o eso hace creer), 

Todo equipo debería poner un argentino en sus filas aunque sólo fuera por un tiempo. El Lugo ha probado esta sensación en varias ocasiones. En la escuadra que logró el tan ansiado regreso a Segunda División figuraba un melenudo llamado José María Belfortti, Melli para casi todos, jugador sincero hasta las trancas que abandonó la disciplina del equipo cuando supo que no tendría su hueco. Compartió vestuario con Claudio Monti, cuyo nombre permanece grabado en la historia del club. Anotó el único gol lucense en el partido de vuelta de la eliminatoria definitiva ante el Cádiz que coronó a los Héroes del Carranza.

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‘Melli’, en el Carranza que luego ocuparía como jugador del Cádiz | Foto: Portal Cadista.

Antes que ellos, otros como Pibe o Willy, que coincidieron en el Lugo de principios de siglo. “Valdano está hecho para el merchandasing, es un comercial; y como entrenador fue un hombre con ideas arcaicas para la época que vivió. Somos de Cruyff, y si no, de Menotti”, declaraban al unísono, una de Boca, y otro de River, en una entrevista concedida a La Voz de Galicia, reviviendo la eterna disputa del fútbol albiceleste: por un lado los seguidores de César Luis Menotti con su “no quiero ganar al rival, quiero ser superior a él”. Por otro, los de Carlos Salvador Bilardo con su “pisalo, pisalo, ¿qué carajo me importa el adversario?”. Toque y estilo contra garra y efectividad.

Poco después llegó Mauro Poratti, quien todavía, a sus 36 años, sigue sentando cátedra en el Racing Vilalbés. Fino como la seda en sus ejecuciones de falta, aún tiene fuelle para repartir juego entre sus compañeros y tirar de galones en una categoría donde ha destacado con nombre propio. Algo debería aprender de este perro viejo Diego Tonetto, quien sorprendió a la parroquia lucense con un vídeo de Youtube en 2012. Parecía un astro en un vídeo edulcorado con toda la parafernalia de la grada argentina, que se toma un saque de esquina como si fuera un penalti a puerta vacía.

El sin sangre ex de Ferro compartió escena con Mauro Quiroga, otro de los jugadores que se quedaron en ambición frustrada. Su robusto perfil y presunta rapidez habían hecho del jovencísimo bonarense en una interesantísima apuesta de futuro para delantera lucense. Una grave lesión de ligamento, mal tratada, cortó de raíz una carrera que se preveía como una gran aventura. Aún así, tuvo tiempo en su último partido como rojiblanco de anotar un doblete y privar a los vecinos de la SD Ponferradina de una inédita clasificación para los playoffs a Primera División.

PABLO CABALLERO

Pablo Caballero, tras anotar un gol ante Osasuna | Foto: Xabi Piñeiro – LGV

Y es que a los jugadores argentinos les van las emociones fuertes, porque entienden cada encuentro como una partida de ajedrez en la que se sienten Reyes. El actual poseedor del legado argentino, Pablo Caballero, sabe lo que es cortar la tensión con un cuchillo o machete. Lo demostró en el desenlace de la pasada temporada frustrando el ascenso directo del Girona, otro capítulo que difícilmente volverá a repetirse.

En definitiva, cancheros, tipos con capacidad para romper cualquier lógica, inestables en su rebeldía pero dotados de una fuerza descomunal. El artillero de Totoras escribía su renglón en el pergamino lucense ante el Córdoba anotando un gol que le convertía en el máximo goleador del Lugo en Segunda División, adelantando a otro tipo de armas tomar como es Óscar Díaz.

Un tanto fabricado y servido en bandeja por Jonathan Pereira, pero que hay que meter. Caballero no es el que mejor la toca, ni el que mejor la pone pero sí el que remata hasta un baúl si se lo centran. Su iniciativa le ha convertido en una pieza esencial. Ya van nueve dianas. Claves, con el valor que tienen en una categoría donde la efectividad se paga carísima. Renovado hasta 2017, el último canchero está llamado a ser un mito de referencia en una entidad que va camino de superar el tramo más complejo de la temporada con nota.

Caballero, como tantos otros de su generación, ha dejado atrás a los jugadores con chamullo, aquellos que como Moreno o Ardiles empleaban la zona de creación para comunicar un fútbol complejo. Antes, al argentino que jugaba mal le reprochaban su mala compostura. El menottismo sigue vivo en los pensamientos y deseos de muchos, pero nadie puede reprocharte nada si corres y te dejas la vida en tus saltos y entradas.

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