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Saqués, ‘año zero’, intenciones y cojones

por Denís Iglesias 11 junio, 2015
Tiempo de lectura: 5 minutos

Tenemos una relación duradera. Esta temporada cumplimos nuestro décimo aniversario. Te conocí de oídas. Por un tío futbolero, que era del Barça, el mismo que me metió en vena amar a tipos como Rivaldo, pero el que me dijo que en la ciudad existía un club con historia al que merecía la pena ir. Al principio fui reacio. En mis cromos no veía tu escudo ni por asomo, y eso de militar en Tercera División, una categoría que ni conocía, me hacía verte con recelo. Pero cuando todavía no tenía consciencia me habían llevado al Anxo Carro y lo cierto es que lo había pasado como un enano, como lo que era.

Hasta los 14 no tomé consciencia de lo que era sacarse el carné, ese cartón con el que uno firmaba un compromiso inquebrantable. Me acuerdo que te las veías con equipos como el Vilalbés, que las cuentas no te salían y que a veces decías que lo ibas a dejar. Resististe. Aguantaste los embates del destino. Los cojones de Ángel Cuéllar y su promoción te sacaron adelante. Ascendiste frente a la Segoviana. Estaba en Inglaterra, muriéndome del calor en un cuarto que olía a judías en tomate, acompañado de dos italianos pijos y un ucraniano hijo de militar. Era un intercambio de estos para aprender inglés, pero lo máximo que conseguí fue entonar en You’ll never walk alone. Hemos pasado por muchas, mas aunque la cerveza que empape mis neuronas (a casi seis euros la litrona en tu casa), los recuerdos de los ascensos y las derrotas amargas están en mi partitura mental.

Hasta al Dépor tuvimos que pedirle limosna en su día. Qué desgracia la nuestra

Con el ascenso a Segunda tuvimos una crisis. No entendía tu cambio a Sociedad Anónima Deportiva. Creía que te habían sentenciado, por culpa de esa maldita mercantilización que os persigue a todas las entidades humildes. Nos reconciliamos con la aventura en la categoría de plata. Tus clasificaciones históricas de mano de Quique Setién fueron argumento suficiente para encandilarme. Pero todo se acaba. El cántabro nos dice adiós y toca empezar de nuevo. Año zero, con zeta, a lo punk, con la filosofía ‘Do it yourself’ de Tino Saqués, un tipo al que conocemos pero del que sólo nos cuentan cosas malas.

Milla, Otero, cantera y futuro (¿Oxímoron?)

Los nuevos, esa suerte de adalides del borrón y cuenta nueva, levantaron el telón en el Pazo de Feiras y Congresos. Se confirmó la adjudicación del banquillo a Luis Milla. Era un secreto a voces. No era mal futbolista. Centrocampista de toque y buena visión de juego, se fue al Barcelona con 18 tacos. Después de seis años se tiñó de blanco para fichar por el Real Madrid. Se fue al Valencia para culminar su palmarés. Un global interesante, igual que él de su probable acompañante en el banquillo, un Luis Cembranos que consiguió devolver a la Cultural Leonesa a Segunda B, un equipo que también se perdió en las tinieblas de la Tercera División.

Milla se inició en el conjunto ché, para luego acompañar a Michael Laudrup en un histórico Getafe, aquel que conquistaba Europa y no era el hazmerreír por su paupérrima afición. Después dio el salto a la selección española sub-21, con la que ganó la Eurocopa 2011 de Dinamarca, con perlas como Thiago Alcántara, Barta o Sergio Canales. Su última parada antes de llegar a Lugo fue Emiratos Árabes Unidos, un paraíso futbolístico en el que tantos jugadores van a lamer el culo del bote económico.

En la dirección técnica del proyecto ‘saquesiano’, por llamarlo de alguna manera, estará Toni Otero, quien rompió su vinculación con el Celta de Vigo tras 23 años. Estuvo al frente de las categorías inferiores del conjunto vigués durante siete temporadas, una época dorada de un fútbol base olívico que conquistó éxitos de todo tipo. Basta comprobar que una parte de la plantilla del Celta está compuesta por hombres de la casa como David Costas, Levy Madinda o Rubén Blanco; tres nombres que ya están apuntados en la quiniela de los candidatables para la próxima temporada. Sin duda, esta conexión puede ser harto provechosa para los intereses de un Lugo que necesita savia joven para afrontar los retos del futuro. La extensión de los contratos -tres años en el caso de Milla, cuatro para Otero- demuestran la fuerte apuesta del nuevo dueño del Lugo.

En consonancia con el perfil de Otero está la más que posible creación de un filial, algo que se antoja totalmente necesario. Un equipo que tiene como objetivo asentarse en Segunda División no puede renunciar a un patrimonio como el que aporta ‘un equipo B’, un trampolín para metas mayores. Los rojiblancos han sido durante varias temporadas referentes en buen juego, así que va siendo hora de que poner los mimbres de una futura base que asegure los triunfos del futuro. Se plantean varias opciones: desde la creación de un equipo nuevo hasta el convenio con conjuntos de la ciudad, siempre con la Primera Autonómica como punto de referencia. Volveríamos a los tiempos del Outeiro, donde se mantuvo en estado precario el sueño de tener un emblema de cantera.

Del juvenil al primer equipo se necesita un salto intermedio

Todos los juicios primeros van con la asunción de que hay que esperar a lo nuevo y de que no hay que rasgarse las vestimentas hasta ver los primeros resultados. Otro de los puntos fuertes del nuevo proyecto es la creación de una grada joven, idea implantada en otros campos que ha de servir como estimulante a nuevas peñas. Nunca debe usarse como un modo de represión o enfriamento, táctica usada por otros clubes con problemas en el ámbito ultra y hooliganístico. Visto el escaso poder de convocatoria de los desplazamientos, va siendo hora de potenciar los viajes, con ayudas para aquellos que se aventurar a soportar los largos viajes para ver a un Lugo que a domicilio no muestra la mejor de sus caras.

Uno de los principales valores de la nueva era es el propósito de congelar el precio de los abonos, medida de urgencia para conservar cuanto menos  la media de 3.000 espectadores en el Anxo Carro. A destacar es la ambición de intentar crear peñas por toda la provincia. Triste semeja que el Lugo cree simpatías más allá de los Ancares y no en territorio propio. Pasión, como reza el lema del ‘saquesimo’ es lo que necesita un equipo cuyo seguimiento quedó retratado con la promoción de ascenso del Breogán, que demostró una vez más que esta ciudad es más de pelota naranja que de césped.

Los visos de cambio no niegan el perpetuo agradecimiento a Carlos Mouriz, José Bouso y Quique Setién, una terceto incomparable que puso en el mapa a esta ciudad. Tres caballeros que enardecieron a las masas y las vistieron de rojiblanco. Un grupo humano que supo sacar lo mejor de sí de un equipo condenado otrora a jugar con el Cerceda y que ahora tumba a históricos como el Zaragoza u Osasuna. Pero llegó el momento de arrimar el hombro y enarbolar la bandera del lucensismo, esa que sirve para contradecir a las grandes ciudades, a los complejos localistas y a la bilis del fútbol moderno. Es hora de engrandecer el imperio de la humildad con cojones, un argumento genital que nunca falla en las cloacas del capital negociado donde se obliga a vivir a los modestos.

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